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Claudia López convenció por su honestidad, trayectoria, lucha contra la corrupción y la desigualdad, condición de mujer alternativa, interés por el verde y la garantía de que escucharía, haría una gestión abierta, participativa y consensuada. La alcaldesa se comprometió a defender la estructura ecológica, la séptima verde, modernizar el transporte, controlar la contaminación, fortalecer la educación y mejorar los barrios...
Ante el estallido social en el país —se temió otro Bogotazo—, la alcaldesa apareció desconcertada: manifestó que se había preparado para administrar una ciudad y se encontró con otra. Dadas las circunstancias esto pasó inadvertido, pero reveló otra cara de Claudia López: autoritaria y política, dispuesta a “conciliar intereses”. Con pragmatismo pasmoso, mordió la manzana envenenada que le dejó Enrique Peñalosa. “Construir sobre lo construido”, fue su salida.
Frente a la pandemia la alcaldesa tomó medidas acertadas, que alertaron a los ciudadanos y movilizaron al Gobierno Duque, aunque no logró que se controlara El Dorado, principal boquete del COVID-19. Hábilmente “transformó” esta crisis en otra “oportunidad”, pero en lugar de proyectarse como estadista, abrir el espacio con el fin de reflexionar sobre el futuro de la ciudad y buscar acuerdos con proyección nacional, aprovechó la coyuntura para publicitar su imagen, confrontar al Gobierno nacional y acelerar el “modelo de ciudad” heredado, que es insostenible. La ciudad está encerrada, colapsa, su crecimiento destruye el territorio; de Bogotá huyó todo el que pudo durante la pandemia.
Para culminar su mandato la alcaldesa, como una diosa destructora, subió a la máquina que construirá la primera línea del metro, una serpiente china con miles de pies enormes, para anunciar que “su Plan de Desarrollo” (en realidad es de Peñalosa, urbanizadores, ingeniería financiera y políticos) es integral e inmodificable, y cambiar componentes como el Transmilenio por la séptima arruinaría todo, inclusive el metro.
Bogotá no es una empresa, no necesita un gerente; tampoco es un laboratorio para experimentar; no está obligada a mantener contratos y modelos en contra de la vida y el futuro de los ciudadanos; tampoco debe ser militarizada para garantizar la gobernabilidad, seguridad y movilidad.
Bogotá necesita un alcalde que gobierne la ciudad como un estadista, en consenso con un Concejo de representación plural, rodeado de colaboradores competentes capaces de replantear (resetear, reiniciar, recomponer) la ciudad en el contexto de su territorio; que consulte y logre amplia participación, acuerdos y compromisos de todos los sectores políticos, sociales y económicos; que integre la naturaleza y articule las instituciones nacionales, regionales y locales. El modelo de democracia electoral actual no lo permite, por eso la alcaldesa, en lugar de publicitar su imagen, señalar al Gobierno nacional, estigmatizar a ciudadanos y dejar “amarrados los contratos”, debe invitar desde ya a todos los candidatos a la Alcaldía, al Concejo, a ediles y a la ciudadanía a un empalme abierto, transparente e informado, apoyado en modelos científicos avanzados, que facilite un gran acuerdo sobre el futuro de la ciudad y su territorio.
