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De veras que no se qué decir. Porque lo que se vio anoche en lo que se llamó el Debate del Siglo estadounidense fue puro teatro. Y lo digo con amor y aprecio al teatro, porque en una vida pasada fui actor infantil por nueve años. Anoche no hubo argumentos. Y yo no esperaba argumentos. Donald Trump había creado toda una narrativa de que Joe Biden estaba viejo, senil, un caballo de Troya para la izquierda radical. A medida que Biden hablaba y debatía, y se le notaba que, en efecto, sí tenía energía y coherencia, Trump se puso a demandar que se les hiciera a los dos una prueba de drogas antes del debate dando a entender que, seguramente, le estaba yendo mejor a Biden porque se debía estar inyectando algo. Joe Biden tenía una meta: sobrevivir una pelea de hora y media contra Donald Trump.
La mayoría de las encuestas mostraban a Trump mal. Los votantes tienen como prioridad el coronavirus, y sienten que el presidente no ha dado la talla. Dos tercios de los votantes sienten que sí hay discriminación contra la población afro-americana del país y no les cuadra por qué tanto ataque de parte del presidente a esta minoría. Hace cuatro años las mujeres blancas lo ayudaron a llegar a la presidencia. Hace dos años varias se rebelaron y llevaron a la victoria a los Demócratas lo que les permitió retomar la Cámara de Representantes. El debate era la oportunidad ideal para que el presidente encarrilara la campaña presidencial, definiera a Biden como una alternativa peligrosa y espeluznante. Tenía que convencer a la gente de que se le uniera de nuevo.
Pero… sí. No se qué decir. No habían pasado cinco minutos y ya Trump estaba gritando sobre su oponente y sobre el moderador, Chris Wallace, de Fox News, que hizo de todo lo posible para reiterar las reglas, y no pudo hacer algo más, salvo apagar los micrófonos, y eso nunca se ha visto en un debate en los Estados Unidos. Biden se mantuvo firme, y pudo atacar a Trump cuando le tocaba. Varios analistas han criticado que no le puso más énfasis a la controversia de los impuestos del presidente o a los 200.000 muertos por el coronavirus, pero es que cómo presenta uno algo de sustancia cuando debe hacer como Rocky y nada más sobrevivir golpe tras golpe.
Para mi gusto Biden salió “ganador”, no por haberse desempeñado de manera increíble sino porque, comparado con el hombre burdo que le gritaba y lo irrespetaba, obviamente se iba a ver como la persona más coherente y normal.
Sí hubo una cosa de verdad preocupante. Uno se pierde en una obra de teatro, así sea buena, así sea poderosa, pero al final uno siempre sale del trance. Los actores son como Virgilio, llevándolo a uno a los momentos más oscuros del ser humano, pero lo ayudan a salir sano y salvo. Anoche nos dejaron estancados en el infierno por este comentario: se le preguntó a Trump, varias veces, si podía condenar las acciones de los grupos de supremacistas blancos. No solo no lo hizo, sino que cuando mencionó a uno de estos grupos, los Proud Boys, les dijo, “Proud Boys, stand back and stand by!”. “¡Proud Boys, retírense pero manténganse presentes!”. No se había acabado el debate y ya esos seguidores lo estaban usando como grito de batalla en las redes sociales.
Probablemente esto sea lo más preocupante, en términos de sustancia, sobre lo que sucedió anoche. Salieron cuentos de niños de seis años que se atacaron a llorar o les preguntaron a sus papás si deberían comprar armas para defenderse. Imagínense ser estadounidense, y pensar que esto es la política, que esto es este país.
Mañana voy a dedicar tiempo para que mis estudiantes hablen. Para que lloren, si eso les hace falta. Para rogarles que no se den por vencidos, que sepan que el mundo no es así. Que la gran mayoría de la gente es decente, es buena, y que no pasa nada si no saben qué decir después de ese show, porque aún hay muchas cosas que podemos hacer. Aún se puede creer en este cuento. Sólo nos toca sobrevivir unas cuantas cachetadas más.