UNA PILA DE LIBROS VIEJOS EN UNA casa ajena es siempre una tentación irresistible.
El ojo del dueño ha perdido la capacidad de advertir la posible gracia de los ejemplares condenados a la carretilla del reciclador. Pero la mano del curioso sacude el polvo y el desdén, y puede encontrar algunas divertidas sorpresas.
Por esa vía cayó a mis manos un librito de Editorial Oveja Negra titulado ¿Por quién votar? Ciento cincuenta páginas que pretenden dar cuenta del trabajo de los congresistas colombianos entre 1982 y 1986. Un catálogo de faltas de asistencia, tareas cumplidas, intervenciones, proyectos presentados y ascendencia entre sus compañeros. Cinco periodistas encabezados por Daniel Samper Pizano y Gerardo Reyes hacen las veces de profesores que entregan la libreta de calificaciones.
No son muchos quienes luego de 23 años de vida política pueden seguir corriendo en busca de votos. Es necesario que hayan sido políticos precoces para conservar alientos luego de años de dieta parlamentaria. También se necesita, según el caso, mucho cinismo o una gran capacidad adivinatoria para saltar a tiempo de los barcos que se hunden cada cuatro años o cercas eléctricas para amarrar las clientelas de siempre o una humildad electoral para terminar con decoro jugando en las elecciones regionales, o sea la segunda división.
Entre las 10 “estrellas” de Senado y Cámara elegidas por los periodistas hay dos políticos asesinados: Luis Carlos Galán S. y Federico Estrada V. También hay dos protagonistas y antagonistas del Proceso 8.000: Orlando Vásquez V., como Procurador encartado entre las cuentas del cartel de Cali, y Alfonso Valdivieso S., como Fiscal General de la causa. Valdivieso es uno de los sobrevivientes luego de todas sus vueltas. Pero su arribo al Senado se dio ya por la vía del repechaje: reemplaza a Rubén Darío Quintero, envuelto en líos de parapolítica. Entre los estudiantes destacados en la Cámara figuran también César Gaviria T., descrito como un parlamentario “juicioso y estructurado. De muy buen balance”. Y Horacio Serpa U., que tiene las siguientes anotaciones en su libreta: “Serio, estudioso, valeroso defensor de Derechos Humanos. Goza de gran prestigio entre sus colegas”.
Pero los personajes de mayor actualidad política están en las páginas dedicadas a los alumnos entre malos y mediocres. Fabio Valencia Cossio, en la Cámara, y Luis Guillermo Giraldo, en el Senado. El primero ya mostraba la habilidad para aprobar sus iniciativas: presentó dos proyectos y los dos se convirtieron en ley. Y aprendió para qué sirve la caminadera entre las curules. Su hoja de registro advierte que faltó al 20% de las sesiones y la anotación final lo despacha con desdén: “Cumplió con las ponencias encargadas y participó con cierta actividad en los debates. Es todo. Opaco”. Saber que ahora el Congreso se mueve con sus convincentes intervenciones. Luis Guillermo Giraldo tiene notas más preocupantes. Alumno participativo pero algo extravagante en sus iniciativas: presentó nueve proyectos y todos fueron negados. Sus advertencias disciplinarias ocupan más de la mitad de su libreta: “Aparece señalado por la Procuraduría entre los responsables de irregularidades administrativas en Caldas. Tiene mala imagen por el ejercicio del poder regional en su departamento. Opaco”. Leyendo el informe sobre estos dos estudiantes convertidos en profesores marrulleros que trabajan para el rector, pienso en la necesidad de un nuevo catálogo con las hazañas de algunos políticos trajinados. Sólo habría que cambiar un poco el título: A quién botar.