Muchos de nuestros políticos son en realidad agitadores. No les interesan las ideas sino las frases de batalla, las imágenes que no dejen dudas, el sentimentalismo de sus seguidores. Afianzar los odios, dejar claros los bandos irreconciliables y construir la lealtad de los fanáticos es un viejo ideario que hoy se repite. Mucho más cuando la indignación barata se ha elevado a la categoría de atributo. Hace unos días Gustavo Petro puso en su cuenta de Twitter las imágenes de supuestos niños palestinos muertos tras los bombardeos israelíes en Gaza. Niños carbonizados que deja un conflicto viejo y ajeno le servían para encontrar un puesto en el bando de los buenos y compasivos. No importó que algunas de las fotos correspondieran a niños muertos en Siria unos meses o años atrás. Era clave dejar una constancia. Álvaro Uribe, por su parte, usó su cuenta de Twitter, delirante como su versión de la realidad, para “denunciar” el atentado contra un puente en Lejanías, Meta. En realidad, el puente cayó por una creciente del río Guape, pero Uribe sueña con la dinamita.
La indignación de Petro y la furia de Uribe me hicieron desempolvar un libro de Amos Oz titulado Contra el fanatismo. El escritor israelí ha intentado una y otra vez, en sus libros, en sus conferencias, explicar la tragedia surgida de un enfrentamiento entre derechos palestinos y judíos, “entre dos reivindicaciones, muy poderosas, sobre el mismo pequeño país”. Y ha recordado la tragedia de los judíos que vivían en Europa a mediados del siglo XX y leían el asecho en los muros de las ciudades que los acogían: “Judíos, a Palestina”, y luego, al regresar a finales del mismo siglo, los muros tenían un nuevo mensaje: “Judíos, fuera de Palestina”. Y también la tragedia de los palestinos, rechazados y hasta perseguidos por lo que se ha llamado la familia árabe. “Tuvieron que aprender con dureza que son palestinos y que Palestina es el único país al que pueden aferrarse”.
Luego de haber actuado como soldado israelí en dos campañas y de reconocer haber sido un niño exaltado y extremista, con más ánimos para predicar que para jugar, Oz entrega algunos consejos para intentar una cura a los fanáticos de toda laya. El humor y la imaginación son los más importantes remedios recomendados en Contra el fanatismo. Dado que los fanáticos suelen ser sentimentales sin remedio, es clave contarles algunas historias que les puedan dar una idea distinta de sus enemigos y sus sufrimientos. Por ejemplo, a Uribe se le podría contar la historia de quince niños recién reclutados muertos en un bombardeo del Ejército en el Cauca. Un cuento con uno de esos niños en sus dos meses de “entrenamiento” podría servir para aumentar su sentido de la ambivalencia. Por supuesto que las Farc tienen a los más grandes fanáticos de nuestra realidad, unos asesinos cegados por sentimientos de superioridad moral. Sería muy grave que nuestra política, en vez servir de antídoto y de intentar sacarlos de su sesgo y su supuesto martirio por el pueblo, se contagiara y terminara hablando con la voz de los extremistas. La palabra traidor se convirtió en una de las marcas más importantes de nuestras recientes elecciones presidenciales. El fanático encuentra traidores a cada paso. Oz señala la más grande de sus paradojas: “no puede concebir el cambio a pesar de que siempre quiere cambiar a quienes están a su alrededor”.