CON GRATITUD ES EL TÍTULO DE UNA exposición que se exhibe por estos días en la Cámara de Comercio de Medellín. Un homenaje entre solemne y risueño al ex presidente Álvaro Uribe.
Las obras fueron recolectadas en los consejos comunales y tienen la ingenuidad del artista popular que rinde homenaje al soberano. Es sin duda la mejor traducción del 70% de popularidad y de la forma como una buena parte del país entendió a un presidente que se refería a sus conciudadanos como “mijitos”.
Hay quienes repiten con insistencia que Álvaro Uribe es un gran estadista. Sin embargo en el recuerdo que dejan los artistas populares el ex presidente es sobre todo un curtido Caballista. Aparece con el gesto altivo del jinete en la estatua ecuestre pero con un semblante que más parece el de Vargasvil; está de niño en un caballo blanco recordando una famosa estampa de José María Córdova; luce impasible sobre la silla de montar mientras una Íngrid sollozante adorna el fondo en compañía de un par de palomas. Uribe nunca es un jinete desprevenido, con el aire cansado que deja una jornada en el mundo Marlboro. Por el contrario es un as de silla en constante exhibición, templado por el alarde y la demostración de sus destrezas. Un jinete de feria.
Hay también caballos suficientes para formar un establo presidencial: una cabeza equina en esmeralda de autor desconocido, por supuesto; un caballo formado con las letras Álvaro Uribe Vélez desde la cabeza hasta los cascos, en una de las patas se lee la fecha de un nuevo periodo presidencial; caballos en yute, en guadua, repujados en lata. Todos hacen parte de la actitud entre agradecida y suplicante que el peón del consejo comunal quiere dejarle como constancia a su capataz.
No podía faltar en la colección el Uribe político en pleno discurso en una plaza de pueblo costeño. Se ve desfigurado por la fuerza de sus gestos, se adivinan sus gritos que intentan mantener concentrada a una multitud que parece asistir a una corraleja. La letra infantil de las pancartas confirma el clamor de los espontáneos: “Uribe, el pueblo te quiere”. Pero quizás el más gracioso de los retratos sea el de un Uribe vestido de torero, con el gesto desafiante después de un muletazo, mostrando con un grito la superioridad sobre su enemigo. La arena no es un coso circular sino la silueta del mapa de Colombiano.
Los motivos religiosos también abundan para un presidente que mostraba la cruz y recitaba los deberes católicos con juicio de catequista. Uribe está al frente del timón de un barco, con la mirada en un futuro de más o menos 12 años y tiene como brújula a nuestro señor Jesucristo, que le pone una mano sobre el hombro y le señala la vía del buen viento electoral. No es un cuadro para la solemnidad de una sacristía sino un juego sencillo para la fonda, encima de la pianola. Y está el Uribe como una aparición en medio del follaje de la selva colombiana. La imagen recuerda las espesuras de Henri Rousseau: un águila y una guacamaya tricolor sobrevuelan con desconfianza. La figura escondida del ex presidente aparece dibujada por cientos de hojas diminutas. La mata que retrata.
Ninguno de esos cuadros sufrirá las transformaciones que experimenta el retrato de Dorian Grey cuando su modelo hace de las suyas. Todos traen de fábrica su carga de anomalía y monstruosidad. Una exposición perfecta para uribistas y antiuribistas: los primeros la verán con la mano en el pecho. Los segundos con la mano en la barriga.
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