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NADIE PODRÁ NEGARLE A GUSTAVO Petro su olfato como cazatalentos electoral.
En 1994, cuando Antanas Mockus convertía las entrevistas íntimas de las revistas en acertijos sociológicos, el hoy candidato del Polo lanzó el nombre del ex rector y los bogotanos lo acogieron como un mantra. Fue una conversión a un culto político extravagante para una ciudad desesperada. Un comentarista del momento habló de un “antialcalde para solucionar los problemas de una anticiudad”. Días más tarde Mockus encabezaba las encuestas con un 36% de intención de voto.
La campaña fue un extraño performance teatral entre el líder Antanas Mockus y su perseguidor Enrique Peñalosa. Dos contendores políticos que debatían entre risas y reproches elogiosos. Una frase de Mockus citando a Borges le puso el moño a la campaña que pareció dirigida por Woody Allen: “No nos une el amor, sino el espanto”. El tándem era perfecto. Enrique Santos escribió en su columna de El Tiempo: “Lo ideal, a mi modo de ver, sería un binomio Mockus-Peñalosa. Alguna llave que combinara la ascendencia y el respaldo ciudadano de Antanas con el conocimiento y la formación técnica de Peñalosa, de manera que se pudiera garantizar una fórmula para salvar a Bogotá”.
Muy pronto Mockus tranquilizó a quienes lo veían como un populista juguetón e hiperactivo. En medio de la campaña apoyó medidas malmiradas como el autoavalúo para resolver la crisis fiscal en la capital y terminó ganando con holgura. Luego Mockus no pudo resistir los números que lo ubicaban como protagonista en la campaña presidencial de 1998. Su alianza con Noemí trajo emoción a una campaña predecible que tenía a Pastrana y a Serpa persiguiendo a las Farc con una bandera blanca.
Una encuesta definió que Noemí Sanín estaba por encima de Antanas Mockus y de Carlos Lleras de la Fuente. Algo así como los trillizos de entonces. Los caballeros levantaron las manos de la dama azul vestida de rosa para la ocasión. Noemí escogió a Mockus como su vicepresidente y la pareja se juró lealtad frente a la escultura de Efraín y María en Cali. La unión entre una señora recatada y un profesor bizarro parecía algo dispareja.
Por la vía de la antipolítica Mockus se ha convertido en uno de los políticos colombianos más fogueados. Una especie de sobreviviente de los desvaríos propios y las imposiciones de la realidad electoral. El primero y el más vigente del grupo variopinto que han habitado desde Bernardo Hoyos hasta Harold Bedoya pasando por Moreno de Caro, de Álvarez Gardeazábal hasta William Vinasco, de Rudolf Hommes hasta Íngrid Betancourt.
Parece que repentinamente el país le ha perdido el miedo a Mockus. Un pragmático por excelencia a pesar de las elucubraciones. Un hombre que molesta tanto al dogmatismo del Moir del senador Robledo como a la paranoia militante de José Obdulio Gaviria. El antipolítico tradicional que en esta campaña encarna la lucha contra la corrupción y la politiquería. Como Uribe en 2002. Y esta vez la alianza con Peñalosa no sólo es cierta sino doble. Fajardo llegó para dar equilibrio regional, emocional y si se quiere físico a la campaña de Antanas. La posibilidad de un equipo de pesos pesados parece una alternativa luego de ocho años de un patrón y un enjambre de funcionarios dedicados a firmar decretos.
