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EL PARTIDO CONSERVADOR ES SIN duda el más triste huérfano del gobierno Uribe.
Durante ocho años el ex presidente y los azules se fueron acercando hasta fundirse ayudados por la firme soldadura de la burocracia y las sinceras coincidencias ideológicas. Como una especie de voto simbólico de fidelidad, Álvaro Uribe pasó las vísperas de la Semana Santa entre 2003 y 2010 en Popayán, abrigado por el manto azul de la Virgen. La misma que se les apareció a los godos con las presidencias sucesivas del singular político liberal.
No es raro entonces que los líderes conservadores hayan intentado mantenerlo en su redil con oraciones y halagos. O que incluso hayan soltado alguna blasfemia contra quien fue tomando el báculo del partido hasta convertirlos en rebaño. Efraín Cepeda dijo hace un tiempo con tono lírico que las ideas conservadoras se reflejaban en el gobierno de Uribe; Enrique Gómez dijo con desenfado que “para godo, Uribe”; Fabio Valencia repitió hace poco que Uribe gobernó bajo los principios de su partido, y hasta Andrés Pastrana soltó una frase hosca según la cual Uribe era el mayor representante del ala derecha de los azules.
Hace sólo unos días casi lloraron cuando se insinuó que el ex mandamás podría ser el presidente del Partido de la U. La romería de representantes a la Cámara por el conservatismo se arrimó ante el sillón del adalid con un coro muy sugestivo: “Usted es un líder nacional y no el jefe de un partido”. Fabio Valencia, el dragón de acomodo de la burocracia conservadora, decidió ir un paso más allá y soltó una frase digna de placa: “La orientación del presidente Uribe, los consejos del presidente Uribe y sus pronunciamientos políticos van a ser de primer orden en Colombia y en el mundo”. El Colombiano publicó el chiste con su habitual gesto severo. Uribe los tranquilizó con una palmadita en la espalda y una bendición Urbe et orbi.
Es lógico que los conservadores quieran poner a su Marianito en primera fila. Es lo único que tienen para tapar lo que les dejó la última campaña presidencial. Una garrotera de padre y señor mío entre el humor perturbado e involuntario de Noemí Sanín y el arribismo político con tachaduras en la contabilidad de Andrés Felipe Arias. No tienen mucho de donde escoger: les queda imposible apelar al carisma de Fabio Valencia y no pueden mostrar a su hombre más prestigioso, Juan Camilo Restrepo, porque han terminado por graduarlo de agitador de colonos y desterrados.
Ahora que el ex presidente está dedicado a barajar sus encrucijadas personales, los godos han vuelto a languidecer. El Procurador es su única figura visible y su guía espiritual. Para saber el nombre del nuevo presidente del partido es necesario acudir a Google, del anterior por lo menos se sabía que era un ex secuestrado. Pero el recién nombrado jefe azul ha decidido entrar pisando duro y propone echar para atrás la sentencia constitucional sobre el aborto. La coalición de gobierno miró para otro lado. De nada sirvió el reciente espaldarazo del Procurador: “Una sociedad que justifica el aborto puede justificar cualquier otro delito, porque eso es el desprecio absoluto por la vida del más inocente de los inocentes”. Pobre José Darío Salazar —así se llama el presidente de los conservadores—, no le quedó más que apoyarse en su maquinaria más importante: la Conferencia Episcopal. Benditos godos, quieren recuperar el poder perdido apelando al altoparlante en los campanarios.
