HUBO UN TIEMPO YA PASADO EN que los buenos funcionarios gastaban muchos denarios en el estilo y la pluma; se pegaban una fuma, componían dos, tres versos y hacían vanos esfuerzos por pulir actas, minutas con el seso de la totuma.
Los presidentes podían regalar un istmo apenas si acaso se les ocurrían algunas décimas buenas. Marroquín dio a Panamá, esa eterna zancudera, pero se acordó de La perrilla su apreciada escudera: “…perra de canes decana / y entre perras protoperra, / era tenida en su tierra / por perra antediluviana...; digo mal, / no era una perra sarnosa, / era una sarna perrosa / y en figura de animal”.
La poesía era pompa y aplomo para la hoja del burócrata, sin ella no había gracia, era en aquellos tiempos la señora meritocracia. Núñez sacrificaba un mundo por pulir un himno, no le gustaba una constitución sin ritmo y cantaba a su concubina con gusto digno de él mismo: “Yo no lo sé. Yo la amo con mi vida, / y al mirarla de amor estremecida, / me estremezco también. ¿No es esto amor? / Quisiera levantarle un paraíso / como aquel que por Eva, Adán deshizo; / tanto así, tanto, la idolatro yo”.
Los abogados tenían la sabrosa obligación de rimar en sus procesos: los penales engarzaban los sucesos con el hilo del puñal, para los laborales se hacían demandas dominicales con el brillo del arrabal. Pasamos de poetas a copleros, sin copa para más ruina, y hoy estamos a punto de elegir la matemática cansina. Pero todavía hay funcionarios con alma para la rima, hace sólo unos días un profesor de escuela mandó su esquela con sordina: Doctora Vilma Vergara / cordial saludo reciba / le redacto esta misiva / con mi décima bien clara. / Hoy mi musa le declara / algo de mi situación: / trabajo en la Institución / del gran Diógenes Arrieta / soy secretario y poeta, / para más información”. Dio el buen secretario con oído bien dispuesto y logró el tan ansiado cambio de puesto a puesto: “Si está la plaza dispuesta, / el traslado se concreta, / de la Diógenes Arrieta / pasarás a La Floresta. / Con esta se da respuesta, / de manera comedida / a la cuestión referida / mediante el presente oficio / y en razón del buen servicio, / justifico la medida”.
Recordé de la mano de estos sabios de escritorio, un proceso muy notorio en las actas de la villa. Por el envenenamiento de algo más que una perrilla se juzgó a un humilde carnicero de machete y gran peinilla: “Señor Juez Segundo Penal del Circuito. Vengo a cumplir con agrado / el cargo de defensor / de un inocente señor / que aparece procesado / por haber envenenado un mísero can hambriento; / y, con todo acatamiento, / comienzo a suplicar / que se digne revocar / el auto de enjuiciamiento. / Se acusa a mi defendido / de un suceso criminal / que en el derecho penal / nunca ha sido definido, / aunque, con celo atrevido, / el señor juez de Barbosa, / en forma poco piadosa, / afirma que tal evento / es puro envenenamiento / con circunstancia alevosa”.
Lástima que los Nule no descarguen en verso sus culpas, que se dediquen al disimule y por la 26 saquen disculpas. Duele que la comisión esa de televisión no suelte un cuarteto fino para el contrato leonino. Clamo para que Yidis cante en verso, para que Valencia Cossio responda en lenguaje terso y el señor Mario Uribe, con galanura, muestre su lado más perverso.