Las principales fotos para resumir el año 2011 mostraron a un grupo de jóvenes enmascarados, bajo una bandera y una emoción común, enfrentando un ancien régime.
Se ha debatido acerca del verdadero papel de las redes sociales en la dirección de las bandadas de los jóvenes árabes. Ya se sabe que fue una exageración proponer el premio Nobel de la Paz para Twitter por su supuesto papel en los levantamientos de 2010 en Irán. Pero no hay duda que algo ha acelerado el contagio de los movimientos juveniles, bien sea en Moldavia, en Chile o en Madrid. Surge la argamasa efectista de un video o un cartel con fecha y hora, y los gobiernos sólo pueden agazaparse bajo los escudos antidisturbios. La aglomeración es la amenaza.
Mientras tanto algunos jóvenes se dedican a rumiar sus frustraciones. La emoción de las causas colectivas no se ajusta a su naturaleza ni a sus objetivos brutales. Sólo les interesa salvar el mundo que han construido en larguísimas sesiones de lectura o escritura en internet. Y lo más preocupante es que producen grandes revoluciones de miedo y odio, pueden decidir las elecciones en sus países e incluso pueden lograr que una potencia mundial ponga la rodilla al piso. Hace poco la revista Foreign Policy resumió las características de los asesinos solitarios más comunes en Europa: “Exclusión social, sentimientos de injusticia, mezclados con delincuencia común, radicalización islámica y luego viaje a Afganistán o Pakistán”.
Mohamed Merah, el autor de la reciente matanza en Toulouse, es el último de los terroristas que hacen parte de la “yihad individual”. No estaba en los registros de las mezquitas radicales, no hacía parte de las listas de grupos infiltrados por la policía, no tenía antecedentes peligrosos a pesar de haber viajado a Afganistán a pulir su ira. Según un psiquiatra que lo trató, Merah sufrió un “colapso narcisista” luego de ser rechazado por la legión extranjera del ejército francés y acabó su vida sintiéndose el centro del mundo. Su venganza no tenía que ver sólo con los niños palestinos y las víctimas de la invasión a Afganistán, sino con una reivindicación contra su país. Las encuestas muestran que logró mover la aguja electoral a favor de Sarkosy.
Europa deberá vivir con esa amenaza cada vez más imperceptible. Y no sólo el islam radical inspira a los solitarios. Anders Breivik, el asesino de Utoya, la isla cerca de Oslo, estaba en la orilla opuesta de Merah. Creía defender la pureza racial de su país atacando a los jóvenes socialistas por las posiciones más flexibles de ese partido respecto a la inmigración, disfrazado de un bucólico agricultor de remolachas mientras redactaba un manifiesto de mil páginas para justificar la masacre.
EE. UU. tampoco está a salvo. Y lo que parece aún más peligroso es que muchos de sus monstruos huraños están dentro del ejército. En 2009, un comandante médico de origen árabe mató a 13 de sus compañeros en Texas. Y hace apenas un mes, Robert Bales, un sargento, mató a 16 civiles en Afganistán y pareció cerrar el círculo de EE. UU. en la región. Se rompieron los contactos con los talibanes y Obama está cada vez más obligado a acelerar el retiro. Las palabras del profesor de El agente secreto de Conrad parecen perfectas para el cierre: “Actualmente no hay pasión. ¡Locura y desesperación! Deme ese punto de apoyo y moveré el mundo”.