Han pasado los tiempos de la histeria y la ilusión, no es hora del temor al acabose ni de las proclamas a la utopía, es el momento de las justas proporciones. Para bien o para mal, la realidad impone mesuras y remedios. El gobierno ha mostrado más sus muecos que sus dientes y lo que llaman la institucionalidad ha respondido con luces y sombras, los alardes del fiscal en unos casos o los fallos cantados de la Corte Constitucional en otros. El Congreso conserva sus formas, más menudeo que ideología, más negociación que debate, pero igual a la hora de las grandes reformas no serán fáciles las pequeñas transacciones. Estamos ante una nueva normalidad, con cambios en el lenguaje y en el traje, con algunos énfasis que podrían tener buenos resultados si el gobierno se concentrara un poco más en el ejecutivo que en el legislativo, con choques inevitables y algunas veces saludables, con ausencias inexplicables y discursos entre astrales y ancestrales. Cunde el desorden, pero no el caos.
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Tal vez valga aventurar algunas predicciones para el 2024. Lo primero, volverán los Juegos Panamericanos y no habrá foto de Petro y Char con la bandera de Colombia. El pago se hará por la App del Banco Agrario. La ministra del Deporte se queda por compromisos en la cuota de género.
Por los lados familiares no habrá grandes noticias. Nicolás Petro dijo lo que tenía que decir y desdijo lo necesario. El fiscal Barbosa aseguró una condena para septiembre, pero las cosas irán más despacio. Nadie se ha muerto de un enriquecimiento ilícito. La casa de Nicolás está en problemas, la de Nariño, no.
La reforma a la salud, la gran apuesta del gobierno, tendrá el paseo de la muerte en el Senado. Avanzará con caminador, entre posibles conciliaciones con el texto de la Cámara y al final será insatisfactoria para gobierno y oposición. Es muy posible que la desconecten y deje a Jaramillo y a Velasco por fuera del sistema. Con dos años cumplidos, el gobierno tendrá su mayor derrota legislativa y las demás reformas quedarán cerca de la sepultura. Si la reforma logra pasar, la Constitucional cortará por lo sano y se declarará la enemistad total con las Cortes. Las instituciones leguleyas serán culpadas de obstruir el cambio. Los problemas estarán en las puertas de los hospitales y no en la Gaceta Oficial.
La paz total se dilatará en medio de crisis resueltas y acuerdos para ampliar ceses al fuego. Será la más parcial de las paces. El Estado Mayor Central se descentraliza en medio de la negociación y se pueden mostrar algunos fusiles para entrega. El ELN llegará en medio de diálogos hasta el final del gobierno, ganando terreno en sus negociados y en la negociación, control en los campos de guerra y apaciguamiento en los campos de paz. Al final, ante la inminencia de un nuevo gobierno, dirán que no hay garantías sobre lo pactado. Los acuerdos en la paz urbana seguirán siendo tan débiles como siempre, independientemente de comisionados: “nos hacemos pasito hasta que me toque mis rentas o mi gente”. La triste tarea no es reconciliarlos sino mantenerlos alejados.
La calle no será un gran escenario, el gobierno ha notado que le convienen más los espacios controlados y la oposición no tiene grandes movilizadores. El gobierno ya no tiene arrestos en su tinglado preferido. Solo un gran deterioro del orden público podría llevar a marchas significativas políticamente.
Los discursos presidenciales serán cada vez más inflamados, pero la costumbre comenzará a apagar los temores. Petro terminará hablándole a una parte cada vez menor de sus electores, a los electores del Pacto y a sus aliados internacionales. Los titulares serán cada vez más importantes que los indicadores. Y el Palacio de Nariño tendrá una gran luz que proyecte una X sobre el firmamento bogotano.