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Cadáver exquisito

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Pascual Gaviria
22 de diciembre de 2010 - 03:31 a. m.
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EN ‘EL GUARDIÁN DEL MUERTO’, UN cuento negro y burlón escrito por Ambrose Bierce, unos médicos jugadores deciden apostar sobre la posibilidad de que un hombre resista toda una noche en la sola compañía de un cadáver.

Le entregan una vela y lo encierran en un cuarto con barrotes para que vele un falso muerto. Cuando el cuerpo empieza a moverse, para burlar al guardia y a la muerte, el aterrado custodio no puede más que matarlo de verdad, para invocar la ayuda de las larvas definitivas. Hacía unos minutos el conejillo y guardián había pensado, alumbrando el cuerpo rígido, que nadie puede discutir “el derecho de los muertos de descansar en paz, exentos de cualquier violencia”; pero cuando el supuesto cadáver movió su pecho no pudo más que asfixiarlo.

Son los peligros de hacer una apuesta sobre la camilla de un cadáver. Ahora mismo el Gobierno y la justicia colombianos libran su juego con el cuerpo refrigerado de Víctor Julio Suárez Rojas. Ayer, durante una audiencia, una juez de control de garantías le dijo al hermano medio de Jojoy, un campesino silencioso que empuña un bastón, que le entregarían el cuerpo, pero con la condición de que sea enterrado en Bogotá y no en el municipio de Cabrera, como quiere su familia. La juez y el Gobierno alegan que de ser enterrado en el pueblo se corre el riesgo de un ataque de las Farc para recuperar la calavera y las dos tibias, y erigirlas como blasón de guerra.

Cuando murió Luis Édgar Devia, el Gobierno también jugó sus cartas. Siguiendo la vieja lógica según la cual el vencedor es el dueño de los despojos mortales del vencido, escondió a Reyes detrás de la firma de su ex mujer y logró que su último paradero fuera un misterio. Uno entiende que Bolivia haya ocultado los huesos del Che durante 30 años. La superstición del momento hacía temer que un cadáver pudiera esparcir los alborotos comunistas. El Che era un ídolo y la venganza suponía que era mejor un santuario apócrifo. Ahora está en las banderas de todos los equipos de fútbol del continente. Pero quién, además de su familia y algunos guerrilleros, querrán venerar las tumbas de Reyes y Jojoy. Qué devoción tiene alguien en Colombia por los esqueletos de dos guerrilleros corrompidos y arrogantes. El Estado no debe temer al fantasma de Jojoy. Si puede resguardar el cuartel de policía en Cabrera, si puede responder por su alcaldía, pues debe hacer lo mismo con su cementerio. ¿La seguridad del pueblo depende de la presencia de los huesos de Jojoy? En Medellín la tumba de Pablo Escobar es el santuario menor de algunos supersticiosos, algunos viciosos y algunos despistados. Cada quien invoca según sus tristes necesidades y angustias. Igual los muertos son duros de oído.

Una sentencia de la Corte Constitucional, dictada en 1994, parece darle la razón a la familia de Jojoy. Según la Corte, existe una “cuasi-posesión” de los familiares sobre el cuerpo del difunto, un derecho que implica “la custodia, la conservación del cadáver y el sitio de su inhumación”. De la sentencia parece derivarse que sólo una amenaza sanitaria avalada por el Ministerio de Salud podría justificar órdenes para la disposición de cadáveres por encima de la voluntad de los familiares.

Es inevitable que se exhiba el cuerpo de los delincuentes abatidos, un ritual macabro que se han ido ganando con años de violencia y escondites. Pero pasar de la exhibición pública al ocultamiento a los familiares parece un precio desmedido. Recuerden que tenemos un ave carroñera en el escudo.

 

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