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Tal vez sea culpa del destino o de los demonios paradójicos de la guerra o del Dios de los conservadores que resultó más cruel que el de los liberales. El caso es que Belisario Betancur y Andrés Pastrana están pagando sus fracasados intentos de paz con explicaciones repetidas, imposibles, a destiempo.
Cometieron pecados de ingenuidad y creyeron que la buena voluntad de la banda presidencial haría el milagro, pero las bandas de la contraparte estaban pensando en otra cosa. Belisario pagó su culpa con declaraciones juradas, impotencia probada y una tragedia natural que sepultó al Palacio de Justicia bajo una palabrota: holocausto.
Con Andrés Pastrana la cosa es a otro precio. Porque no tuvo dos días de mando dudoso para terminar su experimento de paz sino tres años largos de cháchara, fotos e intenciones firmadas. Pastrana convirtió al Caguán en un foro de generalidades y buenos propósitos que recuerda el tedio de Naciones Unidas. Con un ingrediente novedoso, además de ser inútil era dirigido por hombres armados que se dedicaban al asesinato, el secuestro y otras artes. Nadie le puede negar que el país pedía con desespero un nuevo intento de negociación: Serpa, Navarro, Noemí Sanín, Luis E. Garzón y hasta Luis Guillermo Giraldo firmaron el acuerdo de Caquetania que tenía 7 puntos y 7 palabras perfectas -reconciliación, justicia social, transformaciones económicas, comisión de acompañamiento- para una repetida y costosa ronda infantil. Lo que nadie le dijo a Pastrana fue que alargara esa ilusión nacional hasta convertirla en burla. Por culpa de la intuición personal o la necesidad de reconocimiento internacional.
Del Caguán quedaron 10 cuartillas con 4 acuerdos firmados entre Marulanda y Pastrana. En todos se dice exactamente lo mismo. En algunos simplemente se amplían las dificultades, crecen los invitados a debatir, aumentan los temas a tratar. Leer esos acuerdos hoy en día es un reto a la paciencia. Se leen en 10 minutos y la redundancia marea un poco. Por momentos recuerdan algunas piezas humorísticas. La verdad es que las conversaciones nunca comenzaron. Mejor dicho, se dialogó sobre los diálogos. Las Farc asumieron una única obligación concreta: “las FARC- EP se compromete de inmediato a ratificar las instrucciones a todos sus integrantes de no realizar las llamadas pescas milagrosas.” Y cumplieron: secuestraron un avión.
Entonces se entiende porque hoy en día Fabio Valencia dice que el gobierno llegó sin agenda al Caguán y que los 100 puntos para el acuerdo fueron la tarea de última hora de Víctor G. Ricardo, un alumno dudoso. Y se descubre cuál era el as bajo la manga que guardaba el presidente Pastrana: una medallita bendecida por Juan Pablo II dejada en la mano de Marulanda. Tenía una leyenda en latín: “La paz se construye con la verdad”. Pero Marulanda la empuñó sin mirarla. Y no sabía latín.
Ahora Pastrana aprovecha la mala hora de Luis Carlos Restrepo para tapar los recuerdos negros del Caguán y dice que sus diálogos fueron más transparentes. Le gusta más Caño Cristales que Ralito. Su defensa podría resumirse en una frase: Lo hicimos tan bien, que salió mal. Por supuesto que los paras inflaron sus filas. Es parte del costo de una negociación a ciegas en un Estado que no logra ni contar los alumnos en los colegios. Pero no queda más que recordarle que Restrepo, independiente de sus últimas tonterías de sedicioso, sacó a muchos hombres de la guerra. Algunos miles más que los que las Farc reclutaron mientras se negociaba lo imposible en el sur.
