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Cátedra de comportamiento

Pascual Gaviria

03 de marzo de 2009 - 09:31 p. m.

POCO A POCO EL GOBIERNO DE ÁLvaro Uribe ha ido construyendo su catecismo por la vía de las recriminaciones personales.

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Una doctrina de puritanismo que no proviene de la reflexión y la oración silenciosa sino de las riñas contra los demonios ciertos o imaginados. Cada vez son más recientes las referencias a comportamientos personales para descalificar a los opositores políticos o a los delincuentes. Las costumbres licenciosas, la desvergonzada opulencia, la gula, las debilidades mundanas frente al dios Baco, la desmemoria del mundo que causan las drogas. De la inteligencia superior hemos pasado a la moralidad suprema. Y cuando Uribe se pone la ruana para sus sermones comunales, la confusión es total, el minuto con Dios se hace larguísimo, no queda más que añorar la palabra más austera de García Herreros.

Todo comenzó con la ya lejana referencia al aplazamiento del gustico; eran apenas las primeras páginas de la doctrina que tiene como apóstol ideal al ministro Andrés Uriel. Pero Uribe ha continuado con su obra evangelizadora y su populismo calvinista. Desde 2007 viene descalificando lo que él llama “la social bacanería”. Al comienzo los tildaba de frívolos por dar espacio al terrorismo para estar a la última moda en las tendencias ideológicas. Según sus palabras, era una actitud normal en sus tiempos de estudiante. Luego el término apareció para atacar a quienes se oponen al TLC. Ya no se trataba de una crítica a la ceguera que producía un supuesto ideal altruista sino a la odiosa distensión a la que puede llevar el alcohol, a la comodidad burguesa y superficial que traen unos vasos tintineantes y un sofá: “se la pasan en tertulia de la ‘social-bacanería’, de la burguesía de izquierda, tomando whisky en cocteles…”.

Y después del whisky, apenas pecado venial, viene la ofensa terrible de las drogas. Ahora el señalamiento es para quienes se oponen a la penalización de la dosis mínima. Frivolidad, doble moral, corrupción del espíritu: “Es muy cómodo en reuniones sociales, de ‘social-bacanería’, hablar mal del narcotráfico y consumir coca. Es muy cómodo hablar mal de la corrupción y entrarse a un baño a consumir cocaína. Esta es una doble moral, ¿dónde está la ética?”. No se trata de discutir un asunto de política criminal sino de señalar las malas costumbres de los opositores, el desorden de sus apetitos, la comodidad de sus rutinas frente al esfuerzo constante de su cuerpo virtuoso y su alma en llamas.

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Para David Murcia y su clan también llegó el latigazo del pastor de pastores. La captación ilegal, la estafa, el lavado de activos eran sólo el capítulo de sus faltas terrenas. Un poco más allá estaba su vida de lujos desmedidos, su ambición, su ociosidad, su parqueadero de extravagancias: “Es mejor vivir austeramente, tener que trabajar más, fortalecer la disciplina de la lucha honrada, que dejarnos seducir por estos sibaritas, por estos holgazanes de la criminalidad”. Más allá de un comportamiento ciudadano que se aleje de las descripciones del Código Penal, Uribe clama por “una de piedad intensa, que impregne y regule todos los actos de la vida”, para decirlo en las palabras de Max Weber sobre la ética protestante.

Y ya que se me atravesó una cita, vale la pena mencionar al Torquemada de la iglesia uribista, el esclarecido y recio guardián de la fe: don José Obdulio Gaviria. Durante el reciente escándalo por las ‘chuzadas’ que reveló la revista Semana, el consejero Gaviria dirigió su furor contra una reunión entre el Fiscal y el director de la revista. No logró decir cuál era el delito o cómo se comprometía la seguridad del Estado, pero dejó muy claro que esos señores habían destapado unas botellas. Habló de “libaciones”, “farras”, “juergas” e hizo un llamado a la sobriedad. Resultó patético ver al sabio del régimen convertido en la beata que espía por las ventanas de la cantina. Paso a paso el Gobierno deja clara su prédica de buenas mañas.

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