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Congreso invisible

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Pascual Gaviria
19 de marzo de 2014 - 01:25 a. m.
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Los congresistas antioqueños recién elegidos sirven para demostrar una triste forma de representación, un cuento viejo de papeletas electorales en los tiempos del tarjetón multicolor.

La mayoría de los votos paisas en las elecciones del 9 de marzo fueron tan amarrados como los de Sahagún, Ciénaga o Soledad. En el pasado, Medellín y Antioquia han demostrado que pueden elegir e impulsar figuras políticas sin la necesidad de las recomendaciones de esas agencias de empleo que llaman directorios.

Medellín fue la primera plaza de dos de los fenómenos políticos más importantes del país en los últimos 15 años. Álvaro Uribe y Sergio Fajardo llegaron por vías contrarias a la política, aprendieron de leyes opuestas durante sus días en la universidad y en algún momento sedujeron a sus electores desde una trocha propia, lejos de los trapos partidistas, buscando los votos a ras de piso y no en las tarimas programadas. Así llegó Uribe a la Presidencia en 2002 y Fajardo a la Alcaldía de Medellín en 2004. Durante su gobierno, Uribe hizo el trabajo necesario para atraer a los políticos a los que había desdeñado en su primera campaña presidencial. Y abrazó a Bernardo ‘Ñoño’ Elías, Roberto Gerlein, José David Name, Andrés Felipe García Zuccardi, Olga Suárez, Samy Meregh y una larga lista de politicastros, parapolíticos y clanes familiares de distintos acentos.

Ahora se ha vuelto a lanzar disfrazado de luchador solitario y hay que decir que en al menos 15 capitales de departamento sacó la primera o segunda votación. Votos de opinión para un candidato que ha comido y renegado de la política tradicional dependiendo de los odios y las oportunidades. Fajardo pasó en blanco en las elecciones de Congreso y los pocos candidatos afines que lograron demostrar al menos su existencia se quemaron sin apelación. De modo que la mayoría de los antioqueños lejanos a las sectas partidistas no conocían a un solo candidato nacido en el departamento, fuera para Senado o para Cámara, distinto a Álvaro Uribe Vélez. En la región donde nacieron tres de los fenómenos políticos del siglo que corre —sumemos a Carlos Gaviria, que desde la izquierda logró ser segundo en las presidenciales de 2006—, se eligieron senadores y representantes anónimos, escondidos tras microempresas electorales; funcionarios grises o hijos al acecho ayer y grandes electores hoy.

Las elecciones se limitaron a saber cuánto les quitó Uribe, como antiguo patrón, a las parcelas de los godos o a la franquicia desperdigada de la U y sus esfuerzos individuales. Lo otro fue el viejo trapo del liberalismo que aquí se parece más a las herencias de Guerra Serna y César Pérez que a la de Galán. Hemos llegado al caciquismo sin caciques. No había un solo candidato antioqueño al sSenado, descontando a Uribe, que pudiera ser atractivo para el electorado nacional o el votante independiente. De modo que la gran electora del departamento es una señora, Nidia Marcela Osorio, antigua jefa de Compras en Itagüí y hasta hace cinco años concejal de ese municipio. La sigue de cerca Olga Suárez Mira, en el otro extremo geográfico, municipio de Bello, pero en la misma orilla partidista y con modales políticos similares. Y saber que desde aquí miramos con desdén a Sincelejo y su Gata.

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