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De mantras y karmas

Pascual Gaviria

22 de mayo de 2012 - 06:00 p. m.

Hace un año largo un joven esquizofrénico de 22 le disparó a quemarropa, en la cabeza, a la senadora norteamericana Gabrielle Giffords en el parqueadero de un supermercado de Tucson, Arizona.

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El pistoloco dejó seis muertos entre quienes acompañaban a la señora Giffords a un acto político, dos semanas después de haber vencido en las elecciones para Congreso en su estado. Fue el broche de plomo de una campaña llena de frases que mezclaban la guerra y la política: “No te retires, vuelve a la carga”, decían los afiches de Sarah Palin alentando a su gente del Tea Party. “Ayuda a quitar a Gabrielle Giffords de su puesto”, se leía en las pancartas de Jesse Kelly, su rival en Arizona, al mismo tiempo que invitaba a disparar un M16 en su compañía. Durante buena parte de la campaña la cara de la senadora demócrata estuvo como blanco de una mirilla en la publicidad republicana que señalaba a unos cuantos senadores a los que era urgente detener.

Un día después el sheriff del condado donde se dio el tiroteo soltó sus declaraciones contra el clima de campaña: “Cuando se calienta la retórica sobre el odio, sobre la desconfianza hacia el gobierno, eso inflama la opinión pública durante 24 horas al día, durante siete días a la semana. Esto impacta en la gente, especialmente en los más desequilibrados”. Para muchos políticos había llegado el momento de la tregua. Además, las próximas elecciones estaban lejos y valía la pena bajar la cabeza y orar. Fue lo que hizo Obama, quien no quiso aprovechar la ocasión para señalar a sus más fervientes enemigos en los extremos republicanos. Habló del silencio y la reflexión mientras algunos exaltados tildaban al elocuente sheriff Clarence Dupnik como un izquierdista buscando culpas donde no estaban.

Ahora la senadora Giffords sólo puede votar. Una afasia le impide soltar los discursos de otros tiempos. Pero la campaña presidencial está comenzando y se han olvidado todos los buenos propósitos. Además, este año se abrió la puerta a los aportes de grupos de ciudadanos y es seguro que por ahí llegará un poco más de agresividad. Cuatro o cinco debates mueven el entusiasmo electoral en el mundo, y los políticos saben que los reflexivos serán tildados de tibios y que las ideas necesitan truculencia para empujar a la gente hasta un cubículo. La política es un juego de opuestos y siempre ha sido más fácil descalificar al oponente que explicar una intención.

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Entre nosotros el político agresivo de la campaña anterior se queja de la agresividad de su actual oponente y antiguo padrino. Tal vez lo único particular de nuestra situación es que todavía la campaña está lejos para tanta bilis y ni siquiera se guardó el tiempo normal para las condolencias y los modales dignos del velorio, ajenos a la pelea de gallos. Pero nuestra singularidad más peligrosa es que por aquí los desequilibrados de los que hablaba el sheriff Dupnik son legión. Y los políticos pueden hablarles a sus bases electorales y ser atendidos por sus legionarios. Por que aquí es más sencillo armar una milicia que un partido.

En Grecia y en Francia las elecciones pasadas dieron triunfos inesperados a los extremistas. La indignación es protagonista de los últimos hechos electorales en muchos países. En Colombia todo comenzó antes de tiempo. El Gobierno, a pesar de su mantra y sus promesas, está dedicado a pelear con un Uribe en medio de una campaña prematura. Todo en medio de los estallidos que siempre anuncia la palabra paz.

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