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Rabo de ají

Desafío licencia

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Pascual Gaviria
12 de julio de 2023 - 02:05 a. m.
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La excursión comenzó temprano y con un ingrediente original, por decir lo menos. La persona que había amanecido en la puerta del Centro de Reconocimiento de Conductores, haciendo la fila para la renovación de licencia de sus protegidos, resultó ser trans. Cuando la vi en la mañana, pasadas las siete, estaba vestida de negro de las rodillas a la cabeza. Se disculpó por sus chanclas blancas exigidas por la dura jornada en la fila y nos entregó el ficho correspondiente. Reinas de la noche, al fin y al cabo. Una “transmitadora”, dijo uno de sus tutelados.

Desde la cadena que protegía la entrada nos dimos cuenta de que las mujeres estaban al frente de la operación. Doña Deisy como la jefa y otras diez encargadas de los registros, los exámenes médicos, conservar los turnos y atender a la colección de adultos mayores empeñados en salvar la vía. Las mujeres no mostraron una sola sonrisa en toda la jornada. No tenían la adustez polvorienta de las empleadas de las notarías, sino cierta arrogancia juvenil frente a ese universo variopinto de “pretendientes”. La faena de las empleadas comenzaba a las siete de la mañana y terminaba a las nueve de la noche. La única pausa en el trajín la anunció un papel con una constancia mal encarada en la puerta de un consultorio: “estoy almorzando”. Cuando llevábamos cuarenta minutos frente a esa puerta, todos sin almorzar, alguien sugirió pegar un papel como reclamo: “pero hizo la siesta”.

El Centro de Reconocimiento de Conductores funciona en una casa de estrecho corredor con piezas a lado y lado que hacen de consultorios, oficinas y cafetería para empleados. Solo un baño consuela a los conductores. Todo el tiempo se oían instrucciones por los altavoces: “D-74, Daniel Jiménez consultorio tres… Raquel Urquijo, consultorio uno, D-75… deben llenar la planilla antes de pasar por la taquilla…”. Una mezcla entre aeropuerto, sala de espera y Unidad de Reacción Inmediata de la Fiscalía. Una paradoja marca ese lugar detenido por la impaciencia y la expectación: nadie quiere estar allí, pero nadie es capaz de ausentarse. Un llamado no atendido puede significar empezar de cero.

Doña Gloria puso el picante cuando estábamos a punto de desfallecer. Llegó furiosa, con cara de conductora recién estrellada, preguntando por su cédula y allanando los consultorios. Fue una prueba de supervivencia. Reprobó el examen de visión y no oyó cuando la llamaron a la cabina de audiometría. Solo doña Deisy logró calmarla luego de adjudicarle una escolta y prometerle una segunda oportunidad.

El llamado al primer consultorio, luego de más de cinco horas de espera, marcó el momento para la esperanza. A esa hora ya se habían formado una decena de grupos de excursión según la cercanía de los turnos. Chistes internos, complicidad, solidaridad para guardar sillas y cuidar bolsos, ansiedad compartida ante el examen inminente y felicitaciones sentidas por la aprobación. Todo en medio del Desafío Licencia, como se bautizó la vuelta en nuestro equipo. ¿Cómo es posible tanta camaradería y tranquilidad en medio de semejante tortura? Tal vez todo hace parte de una prueba de civilidad. Tal vez la aburrición nos hace mejores. Los exámenes fueron desconcertantes: un juego de video ochentero para la coordinación, un examen de ojos más para lectores que para conductores, una prueba de audiometría con regaño a bordo y un examen general donde la báscula entregó el único diagnóstico. A los carros los miden mejor que a los conductores.

Al final, a la hora de la foto, ya todos los tramitantes estábamos desencajados. Nadie quedó reconocible en la foto de esa reseña burocrática. Nadie preguntó por el resultado, lo importante es la licencia, no las apariencias.

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alberto(26571)13 de julio de 2023 - 06:00 p. m.
Excelente descripción de esa tortura absurda. En un centro de esos, cercano al centro internacional de Bogotá, kafkiano como el solo, se vive todo lo descrito por Pascual y más. Y encima de eso, tienen la desfachatez de preguntar: Y de parte de quién viene Usted?
Sebastian(48964)13 de julio de 2023 - 12:58 p. m.
Recientemente he leído varias columnas en donde se hace una crítica (implícita o explícita) al proceso de renovación de licencia de conducción que muchos Colombianos llevamos a cabo en los últimos meses. La mayoría en las últimas semanas de junio. Lo que no dicen las columnas es que la medida que "obligó" a tantos Colombianos a someterse a dicho proceso fue tomada inicialmente en 2012, y que en 2022 el gobierno extendió el plazo por un año entero, y aún así escogimos dejarlo para lo último.
Roselena(26153)13 de julio de 2023 - 12:45 p. m.
Ja ja ja eso tuvo que haber sido en Medellín. Menos mal le ponen humor a todo
Alberto(3788)12 de julio de 2023 - 10:03 p. m.
Y ese caso se replica en otras partes del país. Excelente recuento de esa absurda tortura. Gracias, Pascual Gaviria.
A(68560)12 de julio de 2023 - 07:19 p. m.
Si hubiese hecho el trámite a tiempo, Pascual no sufriría las aglomeraciones y demoras. Hace prácticamente 2 años se anunció que habría que tramitar revalidación de licencia pronto por la cantidad de vencimientos que avecinaban. Debió pedirle permiso a vanessa antes.
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