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Devoción democrática

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Pascual Gaviria
18 de febrero de 2009 - 04:00 a. m.
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LAS CAMPAÑAS ELECTORALES alientan siempre una esperanza, una posibilidad, un alivio futuro. El desengaño que causa el Estado y su atasco de burócratas se cura con el fervor de los candidatos. Las consignas hacen olvidar los formularios.

Hugo Chávez conoce a la perfección esa lógica democrática. Sabe que gobernar eternamente por medio de decretos es imposible, se necesitan los discursos y las canciones en el balcón del pueblo, es indispensable la adrenalina electoral y un enemigo a quien se pueda llamar bellaco cuando el pulso haya tocado el tedio de las cifras. El presidente venezolano sabe que solo Cuba resiste la promesa eterna del bienestar sin el desfogue del voto. Tal vez se haya dado cuenta en sus visitas a La Habana de la tragedia de las consignas oficiales convertidas en sarcasmo.

Durante 10 años y 15 jornadas electorales ha ido puliendo sus dotes de candidato vitalicio. Sabe que toda iglesia electoral se va descomponiendo por las disputas personales, los caprichos del pastor mayor, la natural decepción de algunos fieles. Y conoce la fuerza de los conversos. Pero su preocupación no es mantener la iglesia unida sino atraer a los descreídos en los misterios electorales. Convertir las urnas en un sacramento con poderes para evitar todas las desgracias.

Durante las elecciones regionales de noviembre de 2008, hace apenas tres meses se decía que Venezuela estaba decidiendo su futuro, Chávez llamó a su feligresía con argumentos apocalípticos: “si ello llegara a ocurrir y logran (la oposición) montar allí gobernadores y alcaldes, el próximo paso es la guerra, porque ellos vienen por mí, sería de nuevo el cuadro del once de abril…” La disyuntiva de vida o muerte logró que un 65% de los venezolanos aptos para comulgar participaran en las elecciones de alcaldes y gobernadores. En la elección presidencial de 1998, el bautizo de Chávez en las urnas, apenas un 59% de los potenciales votantes se asomaron al confesionario. El Teniente Coronel era un principiante.

Para la jornada del domingo pasado Hugo Chávez apeló a la amenaza del padre decepcionado. “En el supuesto de que nosotros perdiéramos esa enmienda yo empezaría a hacer mis maletas y a contar mis meses y mis años…” Semejante puchero logró la menor abstención venezolana en mucho tiempo. Sólo un 29% de indolentes se quedaron en la casa. Esta vez la pantomima presidencial fue acompañada de un operativo conjunto del partido de gobierno y el Estado para llevar del cabestro a los ciudadanos a ejercer su sagrado deber. La consigna era buscar a la gente puerta a puerta y se cumplió. El voto como un deber revolucionario y la posibilidad del Presidente a postularse por siempre como un derecho del pueblo. Vueltas que da la vida.

Es paradójico que Chávez se haya convertido en dictador por la vía poco ortodoxa de extender la participación electoral, de invitar con éxito a muchos de los apóstatas de la política, a los sectores marginados para los que la democracia era un fraude entre el Copey y los Adecos. Uno de sus aciertos es hacerlo todo más sencillo. Cuando hizo un referendo para la reforma de 69 artículos constitucionales perdió por primera vez. Un 44% se confundió con tanta letra y no acudió a la convocatoria. Lo derrotó la abstención. Ahora sabe que la pregunta debe ser más clara: Patria o muerte, Chávez o la oligarquía. Para el 2012 las cosas no van a estar fáciles y es posible que al presidente le toque simplificar un poco más la disyuntiva: yo o yo.

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