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Distopía en Catar

Pascual Gaviria

23 de noviembre de 2022 - 12:30 a. m.

Las primeras aglomeraciones comenzaron alrededor de la cerveza. Para los hinchas occidentales en Doha la visita cinco veces al día a un vaso bien frío era sagrada. De modo que “la mezquita”, como comenzaron a llamar los hinchas argentinos al Fan Fest, era el único lugar para beber un poco sin tener que vender el tiquete de regreso. Ese “abrevadero”, como lo llamaron los hinchas mexicanos, se fue haciendo más estrecho cada día. Las filas que eran de una hora para conseguir cuatro cervezas pasaron a dos horas, comenzó la reventa, los desafíos de algunos borrachos a la policía, las peleas de los ingleses, las orinadas proverbiales de los alemanes, el nudismo activista e intermitente de las holandesas. Todo, bajo el reguetón inmarcesible que quemaba los oídos de la policía moral catarí y divertía a las brasileras. En “el corral”, como llamaron los hinchas africanos al Fan Fest, estaba el caldo de cultivo perfecto para los primeros insultos y arrestos. Ahí se levantó el polvero en Catar 2022.

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Luego de las primeras actuaciones policiales, amenazas a un periodista danés por grabar en un sitio prohibido, hostigamiento a dos hinchas ingleses que iban tomados de la mano en el metro, golpes y arresto a dos argentinos que revendían licor, se creó un clima hostil contra los cataríes, contra su bandera, sus trajes, su soberbia de turbante. En su segundo juego, enfrentando a Senegal, la selección local fue abucheada desde el primer minuto. Un estadio con hinchas de muchos países se burló de un nuevo 2-0 en contra y los “jeques” sufrieron los láseres de los aficionados africanos en sus ojos y sus cabezas turbadas.

La policía moral empezó a tener un papel más importante. En la primera semana habían sido un fantasma similar a la mascota oficial, ahora patrullaban, advertían, vigilaban los lugares públicos. Comenzó un juego imprevisto, las provocaciones contra los escudos y los bastones oficiales. El primer gran tropel fue luego del partido Argentina vs. México. Los dirigidos por Scaloni ganaron 3-1 en un partido que fue también una batalla. Messi salió con un golpe en el tobillo que lo ponía en duda para los octavos. Todo quedaba casado para resolver en la mezquita-abrevadero. Los cantos descamisados de los argentinos en el metro alertaron a las autoridades. Por los parlantes de las estaciones se repetían las órdenes para seguir los ejemplos enseñados por el profeta. La gresca en las afueras del Fan Fest dejó más de 30 heridos, entre ellos tres policías, y un centenar de detenidos. Los latigazos se anunciaban en la prensa local y los embajadores ahora tenían más prensa que los técnicos. La FIFA estaba sin autoridad, al desprestigio creciente se había sumado un video de Infantino borracho desmintiendo la muerte de los obreros: “Si de algo se estaban muriendo era de hambre en sus países”, se le oyó decir.

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De ahí en adelante todos los partidos comenzaron con los capitanes amonestados por lucir brazaletes con distintas protestas. El Fan Fest cerró sus puertas y los hinchas siguieron bebiendo en las calles. Se dice que Budweiser, indignada por los incumplimientos y las pérdidas, comenzó a dejar tesoros escondidos y anunciados por redes. Los tropeles siguieron en las afueras de los estadios, algunos entre hinchadas, otros entre banderas variadas contra la policía. Desde los cuartos de final los equipos “entrenaban” durante los primeros 10 minutos de cada tiempo. Partidos más cortos para pedir jornadas laborales menos largas para trabajadores inmigrantes. El Mundial terminó con un juego de activismos y sanciones para equipos e hinchas. A la final solo asistieron 5.000 personas. Catar se había vuelto a cerrar y Thiago Silva dejó a Infantino con la Copa en la mano.

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