La siesta no deja tiempo para el miedo nocturno, ese temor indefinible que definía Luis Tejada como una entrega diaria a probables y temidos enemigos: “los terremotos, los ladrones, los incendios y las congestiones cerebrales”. Agregaría a las sombras que quedan de los terrores infantiles y que a estas alturas son, además de todo, una vergüenza. A diferencia del sueño rutinario de la noche nuestra de cada día, en la siesta no hay momento para preparar la inconsciencia que se viene ni la jornada que acecha con las fatigas prometidas. La siesta llega de improviso, se impone como un desmayo bienhechor, una muerte justa que perdona...
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