La paz urbana que impulsa el gobierno de Gustavo Petro es una apuesta a ciegas. Llena de buenas intenciones, de lugares comunes sobre “oportunidades a los más jóvenes”, de interrogantes sobre cómo desarmar el poder ilegal que lleva décadas definiendo la vida y la muerte en los barrios. Las conversaciones se están dando en Buenaventura, Medellín y Quibdó, en silencio, sin anuncios, sin agendas públicas, atenuando las expectativas y minimizando los riesgos. No hay un marco jurídico ni están claras las condiciones para estar sentados a la mesa del gobierno. Muchos de los voceros son una incógnita. En definitiva, la paz urbana es una...
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