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El Disociador

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Pascual Gaviria
07 de agosto de 2012 - 10:33 p. m.
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En la madrugada, muy temprano, todavía entre sombras, lo despierta una insoportable impaciencia. El mundo ha comenzado a moverse sin sus órdenes, sin los designios a los que él llama principios.

Inicia entonces su lucha en busca de la obediencia. Primero se dirige al establo donde sus bestias han aprendido un saludo acompasado. Admira su compostura, su manera de atender al leve movimiento de la rienda, de intuir las órdenes del jinete. Bajo el manto de la humildad se admira a sí mismo como guía resuelto de sus animales. Sigue con sus empleados, a quienes procura sartas de consejos y sepulta bajo anécdotas moralizantes. Ha pasado de criador a sacristán sin necesidad de quitarse el sombrero o cambiar el tono de la voz.

Más allá de los alambrados comienzan los problemas y su impaciencia se convierte en hostilidad. Algunos vecinos no quieren plegarse a las bondades que propone, de modo que decide plantear un reto definitivo. Ahora no hay alternativas: las pequeñas diferencias son cuestiones de vida o muerte, los problemas comunes son disyuntivas insalvables y todo debe resolverse poniendo una X sobre una de las dos opciones señaladas. Aparece entonces el más repetitivo y simple de los maestros. Intercala tres refranes y repite dos anécdotas hasta convertirlas en un mito fundador. El criador y sacristán ahora es maestro de escuela y pretende que el pueblo entero atienda sus clases y su campana sentenciosa. “Cuando usted ya está cansado de repetir, la gente apenas está entendiendo”, es una de sus frases favoritas. Y uno de los secretos de su éxito.

Pero como no todo se consigue con discursos, sermones y rienda es necesario acudir a las insidias. Las suyas son lanzadas a los cuatro vientos, con algo del asco que los moralistas procuran a sus adversarios. Casi siempre están acompañadas de grandes palabras para subrayar la pequeñez, la cobardía, la pereza, la frivolidad de quienes se oponen a sus acciones. Honor, Patria, Democracia, Valor sirven para encabezar cada párrafo de sus señalamientos. Ahora quien toma la palabra es el capitán de un batallón en vísperas del ataque crucial.

De ese modo logró durante casi una década ser la voz cantante que solo necesitaba un coro y la guitarra desafinada de un pensador. Los aplausos de la galería estaban intactos cuando las reglas lo obligaron a dejar las riendas. En esos aplausos radica su poder actual: en un mundo donde casi todos cosechan rechiflas, El Disociador sigue siendo el encargado de trazar la línea que divide los equipos. Los candidatos a subir a la escena le temen a su hiperactividad que puede limar conciencias y apoyos. Sus abrazos siguen siendo una manera para ahorrar en afiches y perifoneo.

No hay duda de que ha perdido fuerza. En ocasiones los ojos que se consideraban de un iluminado se revelan de un orate. Pero algo tiene. En el último juego logró romper el equipo verde, el mismo que fuera su rival en el gran certamen de hace dos años. Se infiltró, metió tres de sus alfiles y dos de sus estribillos en el concurso en Bogotá y fue suficiente para dejar derrotados y divididos a sus antiguos enemigos. Ahora se apresta a hacer lo mismo con sus antiguos amigos. Está muy cerca de romper el dueto que heredó su poder. Comenzaron las encerronas y las intrigas para armar un nuevo bando. Ya el segundo de a bordo, aburrido en un cargo que solo tiene sueldo, prepara su salida en busca de los ánimos beligerantes. El equipo que luce una U en el escudo está cerca de llegar a la derrota y la división a causa de las artes de El Disociador.

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