Es víspera de la Independencia. No hay banderas, ni siquiera hay trapos rojos. La gente está cansada hasta de los clamores. Ahora el encierro está hecho de resignación y miedo, ya no estamos recién bañados frente al virus, estrenando una máscara y una mueca. El espectáculo de la ciudad vacía ya no asombra las ventanas, la expectativa frente a un nuevo tiempo se ha convertido en una neurosis colectiva de acusaciones y aplicaciones. La mayoría de quienes están afuera no ejercen un desafío sino una obligación. Viven o trabajan en la calle, en las orillas, en las sombras de los puentes, en las cunetas de las canalizaciones, bajo las...
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