Publicidad

Escuelas del martirio

Sigue a El Espectador en Discover: los temas que te gustan, directo y al instante.
Pascual Gaviria
17 de septiembre de 2014 - 02:49 a. m.
Resume e infórmame rápido

Escucha este artículo

Audio generado con IA de Google

0:00

/

0:00

Resulta revelador que la iglesia católica tome parte activa en los debates sobre adopción de parejas homosexuales.

 Los sacerdotes, las monjas y sus conserjes deberían acudir al pudor y dejar pasar el tema para no recordar los horrores en esas escuelas del martirio que fueron muchos de sus edificios santos. Los conventos fueron centros de tortura y exilio de niños abandonados e indeseables en Europa, América y África. La iglesia parecía la única señora responsable y pulcra que podía encargarse de los menores y con una simple bendición se dejaban los niños en la puerta del cielo y el infierno.

La mejor de las descripciones de la vida infantil y monacal en nuestra tierra la hizo Emma Reyes en sus 23 cartas a Germán Arciniegas. En esa Memoria por correspondencia publicada en 2012 queda muy claro el mundo detrás de las “tres chapas, dos grandes candados, una cadena y dos gruesas trancas de madera que cerraban la primera puerta” del convento. El destino de las niñas era decidido por los caprichos de la superiora y su íntima, la señorita Carmelita, que fungía como civil y vestía un hábito negro que hacía juego con su humor: “…en línea general nos veía como pobres y miserables hormigas. En todos sus gestos se veía el profundo desprecio que le inspirábamos”. Pero gracias a dios y la virgen, a la señorita Carmelita solo la veían los sábados y los domingos, el resto de la semana estaban en manos de Sor Teresa, una especie de carcelera, regente de lavandería y vigilante de filas. Luego de llorar oyendo el órgano, de ver un pedacito de cielo, un descuido podía llevar a las niñas a lavar los 200 inodoros del convento como penitencia. Y como no solo de castigos y ensueños viven las niñas, había que buscar la salvación: “…el precio que pagábamos por salvar nuestras almas representaba para nosotras diez horas de trabajo por día”.

Desde hace años varias comisiones especiales trabajan en Europa en busca de los secretos tras los muros de los conventos en el siglo XX. Los procesos tienen la terminología de la negociación tras la guerra: víctimas, compensaciones, perdón, implicados, supervivientes, fosas comunes, exilios obligatorios, trata de personas. En muchos casos los niños fueron carne de convento. Hace unos días aparecieron las noticias de niños enviados desde los conventos de Irlanda, donde ya eran abusados, hasta las soledades de Australia para que poblaran un país con buenas perspectivas. Más de 10.000 niños fueron enviados a Australia bajo el lema, “el niño, el mejor inmigrante”. Los niños partían sonrientes creyendo que acabarían los males que sufrían junto a Hermanas de Nazaret en Belfast. Pero esta es solo una anécdota si se le compara con el informe Ryan publicado en 2009, un documento que intenta reconstruir los abusos a miles de niños en instituciones religiosas en Irlanda entre 1922 y 1995. Un solo dato para intuir las escenas de terror: En 1975 fue encontrada una fosa común con más de 800 cadáveres de niños enterrados sin siquiera un cajón en cercanías de un convento de acogida para madres solteras en Tuam, Irlanda. Lo regentaban hermanas católicas. También en Alemania se habla de 500.000 niños víctimas de la “pedagogía negra” impartida en orfanatos regentados por la iglesia. Ya se han pagado indemnizaciones y se han dado golpes de pecho.

Valdría la pena que la iglesia rezara en silencio cuando se habla del posible maltrato a los menores en hogares que les parecen “desviados”.

 

Conoce más

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscríbete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.