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Fantasía corrida

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Pascual Gaviria
26 de febrero de 2014 - 01:36 a. m.
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Los periodistas y los curiosos de ocasión se detienen frente a la puerta coronada por el número 401. La chapa está rota y la madera del marco astillada. Los flashes revientan contra la puerta entreabierta y maltrecha. Los fotógrafos registran el detalle como si fueran peritos de la policía judicial. Tal vez alguno haya guardado un pedazo de madera como reliquia. Pasan 10 segundos y nadie se atreve a entrar, están bajo un umbral imposible, frente a la entrada a una gruta magnífica y tenebrosa: la última guarida de El Chapo Guzmán. “Entre, entre…”, dice la voz ansiosa de una mujer a quien otra voz femenina responde con un nuevo desafío: “a ver… abre tú y te seguimos…”. Todavía pasan algunos segundos para que alguien se atreva a abrir la caja de Pandora. Al entrar encuentran un desorden de cremas y ropa sucia en los cuartos, una silla de ruedas en el corredor, pepinos, bananos y granadillas en la cocina. Quien graba no puede detenerse en los detalles, brinca de un lado a otro, todo lo insignificante le parece revelador.

Es imposible evitar una sonrisa compasiva al ver pasmo general ante el ripio de sus rutinas y el brillo de la superstición que dejó El Chapo Guzmán: la maravilla de sus bañeras que daban paso de las burbujas perfumadas a las cañerías, las declaraciones de sus cazadores fracasados sobre sus vínculos con el presidente, las canciones a su rancho en la Tuna. Hace más de 20 años estábamos mirando con el mismo asombro el mobiliario y las leyendas de Pablo Escobar bajo el desastre de tejas donde cayó. Hemos pasado de los mitos a la colección de mafiosos olvidables luego de la última extravagancia. Hombres como Fritanga que pueden convertir su captura en una comedia.

Han pasado cuatro años desde cuando Julio Scherer, fundador de la revista Proceso, visitó a El Mayo Zambada en uno de sus refugios en el monte. El hombre hablaba como un chamán mientras Scherer miraba asombrado: “El monte es mi casa, mi familia, mi protección, mi tierra, el agua que bebo. La tierra siempre es buena, el cielo no… A veces el cielo niega la lluvia”. A pesar de los muertos, los cambios de gobierno, el primer cumpleaños de las autodefensas nada ha cambiado en México respecto a sus narcos míticos. Todavía un aire de irrealidad rodea a los capos. El Mayo Zambada lleva 44 años en el negocio y no conoce la cárcel. Es el gran compadre de El Chapo y en esa ocasión confesó que vivía con miedo. Le reprochó a Scherer la historia del matrimonio de El Chapo con la joven reina del fríjol y la guayaba. Proceso reseñó la fiesta, con siete avionetas para músicos e invitados especiales y un ejército que llegó en 200 motos para cercar el pueblo. “Supe de la fiesta, pero fue una excepción en la vida del Chapo. Si él se exhibiera o yo lo hiciera, ya nos habrían agarrado”, le dijo mientras almorzaban. También le dijo que eso de Forbes eran tonterías.

Las palabras sencillas de Zambada solo lograron hacer crecer su figura. El mismo Scherer le recomendó una gorra para la foto en vez de un hermoso sombrero blanco que le restaba personalidad. Y le repitió una frase ya vieja, “en cuanto a los capos, encerrados, muertos o extraditados, sus reemplazos ya andan por ahí”. Ya se prepara una serie sobre El Chapo Guzmán, la escribe un exnarco colombiano, Andrés López. Es lo que llaman la división del trabajo.

 

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