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Guerra a los reporteros

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Pascual Gaviria
08 de mayo de 2012 - 11:00 p. m.
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Pasan los días y las opiniones sobre el secuestro de Roméo Langlois se van cargando de ideología, artículos de los convenios de Ginebra, odios, recelos, un ligero toque xenófobo, investigaciones del procurador, exoneraciones firmadas al Ejército.

El público va escogiendo su orilla. Poco a poco el periodista va quedando en la mitad, rodeado de algunos de sus colegas. El expresidente Uribe expresó su desconfianza respecto de Langlois y en Anncol se dijo que el periodista tenía “asientos VIP en los aviones y aparatos de guerra de las FF.MM.”. Comentaristas que dicen haber leído sobre DIH hablan resignados del error que significó ponerse un casco y un chaleco antiesquirlas. Los más desprevenidos le reprochan haberse metido en la boca del lobo: “Quién lo manda”. Habría que contarles que durante la guerra de Irak más de 700 periodistas se unieron a unidades británicas y norteamericanas. Vivieron durante días en compañía de los soldados. Para algunos eran simples propagandistas, para otros daban una visión personal de la batalla. Para nadie eran combatientes, aunque murieron decenas. Asumían riesgos pero no se graduaban de enemigos.

Entre nosotros, hasta las Farc, que no cumplen leyes humanas ni divinas, imponen debates leguleyos sobre la condición de un periodista que acompaña a una misión del Ejército. Los artículos de los convenios de Ginebra y sus adiciones, que se hicieron sobre todo para proteger a combatientes, ahora les sirven como justificación para amarrar civiles. Las Farc son una extraña variante de genocidas brutales enrazados con santanderistas puntillosos. Un artículo del Protocolo II adicional que comienza describiendo a los civiles con la siguiente línea: “Todas las personas que no participen directamente en las hostilidades…”, es la coartada para decir que el periodista que cubría un operativo antidrogas es un combatiente más.

En el momento de la ‘Operación Jaque’, Roméo Langlois acompañaba a guerrilleros de los frentes 18 y 36 de las Farc en Antioquia. Iba a grabar un video sobre sus actividades y sus opiniones. Son increíbles las imágenes de 8 o 10 guerrilleros con fusil al hombro viendo pasmados, en el televisor de una casa campesina, los partes de victoria del Ejército en Catam. En muchos años no he visto un testimonio más revelador de las inseguridades, las reacciones a la derrota, los intentos de adoctrinamiento primario de la guerrilla. Era necesario estar ahí, trabajar seis meses para conseguir ese contacto. A las Farc no les pareció entonces que Langlois era un combatiente por ir en la “silla VIP” de sus mulas en la zona de Campamento y Anorí. Lo más grave es que el público ha asimilado los prejuicios de las partes. Nos hemos acostumbrado a adivinar sesgos por el transporte de los periodistas sin prestarle importancia al reporte.

Y digo “nos hemos” porque yo mismo lo hice en una columna hace tres años largos, luego de una de las liberaciones de militares por las Farc. Aquí cuestioné a Hollman Morris por ir a recibir a los secuestrados cuando había un acuerdo para esperar en Villavicencio. Sentí que era una audacia inútil que ponía en riesgo la liberación. Tal vez su cámara no haya mostrado nada nuevo. Pero es cierto que el periodista no puede presumir la normalidad de los hechos. Quienes informan desde el campo de batalla deben cubrirse para salvar su vida. Lo grave es que nosotros les pongamos el uniforme de cada bando.

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