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Guerra en frío

Pascual Gaviria

23 de febrero de 2022 - 12:30 a. m.

Un libro puede ser un buen antídoto contra las incertidumbres y los cables noticiosos que reseñan las guerras inminentes. Esta semana los voceros de gobiernos con poder suficiente para llamar a Putin dijeron que la invasión a Ucrania había comenzado. El Ministerio de Defensa ruso dio parte de cinco soldados ucranianos (saboteadores, los llamaron) muertos en territorio de su vecino. En efecto, Putin metió a su gente en las “repúblicas” separatistas de Ucrania. Mover 170.000 soldados solo para meter miedo era mucho gastar gasolina. ¿Pero de verdad puede haber una guerra que involucre a las grandes potencias de Occidente contra Rusia? Cuando la pandemia comienza a ceder es un buen momento para pensar en un apocalipsis sin tapabocas.

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En 1994 el historiador británico nacido en Alejandría Eric Hobsbawm publicó su Historia del siglo XX, un libro que se ha convertido, para los legos, en un catálogo de esos 100 años que se apilan en 600 páginas. Para intentar una mirada a lo que pasa en la frontera entre Ucrania y Rusia me dio por visitar algunos capítulos relacionados con la Guerra Fría y la caída de la Unión Soviética (URSS). ¿Es posible llevar los temores, las precauciones y las amenazas de la guerra que no fue a la guerra que podría ser? Seguro que sería al menos arriesgado y las salvedades aparecen por todas partes.

Pero del repaso también se puede sacar alguna relativa tranquilidad. Para Hobsbawm la amenaza de una guerra atómica no fue una posibilidad ni en los momentos de mayor tensión y paranoia. El botón atómico fue más un “recurso para necesidades negociadoras”, para levantar el teléfono rojo instalado en 1963 o para mejorar la posición política al interior de los países involucrados, una bandera electoral en el caso de los Estados Unidos. Las dos potencias confiaban en su rival, parecían tener la certeza de que el enemigo tampoco quería la guerra: “Esa confianza demostró estar justificada, pero al precio de desquiciar los nervios de varias generaciones”.

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Incluso durante la crisis de los misiles en Cuba la película demostró ser más utilería que artillería. La URSS montó sus alardes en el Caribe para responder a las salvas de los gringos en Turquía. No solo había llegado la revolución, también la candela estaba aquí no más. Al final, los misiles se retiraron de lado y lado. Luego supimos que Kennedy tenía informes claros de que esos disparos no amenazaban el “equilibrio estratégico”, mientras los proyectiles americanos en Turquía fueron declarados obsoletos.

Después de la Segunda Guerra Mundial la URSS utilizó la intransigencia como su gran arma, incluso antes de lograr el equilibrio nuclear. Occidente copió la estrategia y todo derivó en décadas de paz y negativas. La única intervención de los soviéticos por fuera de los territorios donde estaba el ejército rojo tras la Segunda Guerra Mundial fue Afganistán en 1988. La intervención de Estados Unidos en Corea y Vietnam también dejó la Guerra Fría en tablas. Tal vez la larga mesa en la que Putin sentó a Macron haga parte de la obstinación como arma secreta.

Ucrania fue el primer país en salir de la órbita soviética cuando incluso el equipo olímpico de la Comunidad de Estados Independientes tenía todavía el uniforme puesto. Para Rusia no será fácil entrar a un país que hoy honra a los líderes de la guerrilla independentista que en los años 40 llegó a tener 200.000 hombres. Hobsbawm cita a Thomas Hobbes para dejar todo empatado: “La guerra no consiste solo en batallas o en la acción de luchar, sino que es un lapso de tiempo durante el cual la voluntad de entrar en combate es suficientemente conocida”. Confío en que estemos en ese tiempo.

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