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                                                                                                                              Historia de cautivos

                                                                                                                              LA TROPA DE CAMINANTES RECIÉN desembarcados de las sabanas de Tomachipán, sus aires montaraces, sus largas historias de cautivos, sus amuletos en las muñecas y en los hombros, me hicieron recordar las fantásticas desventuras de Alvar Núñez Cabeza de Vaca, un conquistador español que deambuló 10 años entre los indios que habitaban el sur de la Florida y los alrededores del Río Bravo. Sufriendo las humillaciones del esclavo, los rigores de selva y la amenaza constante del hambre.

                                                                                                                              Alvar Núñez decidió escribir su peregrinaje en un libro llamado Naufragios para dar cuenta de las “muchas y muy extrañas tierras” por donde estuvo perdido, y de “las costumbres de las bárbaras naciones” con las que conversó y vivió.

                                                                                                                              Una frase del proemio de su libro resulta bien parecida a las que se han repetido por los micrófonos en la última semana: “Aunque la esperanza que tuve de salir de entre ellos, siempre fue muy poca, el cuidado y la diligencia siempre fue muy grande de tener particular memoria de todo, para que si en algún tiempo Dios Nuestro Señor quisiera traerme a donde ahora estoy, pudiese dar testigo de mi voluntad, y servir a vuestra majestad”.

                                                                                                                              La curiosidad que su majestad el público ha desarrollado por la vida y las costumbres de la última tribu, la bárbara nación en armas en el sur del país, hace que la historia de los cautivos tenga un aire de expedición de conquista, de caminata en el nuevo mundo allende los remansos de San José del Guaviare.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Luego todo fueron dificultades, largas marchas en busca de raíces y tunas y maíz, llagas en la espalda, guerras con otras tribus y ceremonias primitivas acompañadas del padre nuestro: “…hallamos lumbre con que hicimos grandes fuegos, y así, estuvimos pidiendo a Dios Nuestro Señor misericordia y perdón de nuestros pecados, derramando muchas lágrimas, habiendo cada uno lástima, no sólo de sí, más de todos los otros, que en el mismo estado veían”.

                                                                                                                              Tres veces intentó Alvar Núñez huir de sus variados captores, por el mucho trabajo que le daban y el mal trato que le hacían, y tres veces volvió a caer en sus manos. La voz para describir el trato que les daban a algunos de sus compañeros de infortunio coincide con la colección de infamias que han reproducido los periódicos: “…los tomaron por esclavos, aunque estando sirviéndoles fueron tan maltratados de ellos, como nunca esclavos ni hombres de ninguna suerte lo fueron…” En cada ceremonia que Alvar Núñez y sus compañeros presenciaban estaba siempre el presentimiento de un sacrificio: un nuevo jefe, un penacho de colores desconocido, un baile extraño eran motivos de alarma. La flecha siempre apuntaba al cuello.

                                                                                                                              La prisionera de estos tiempos habló del terrible olor de rutina que se levantaba al remover la tierra para la nueva habitación. También el Jerezano vivió con indios acostumbrados al trasegar infinito: “Las casas de ellos son de esteras puestas sobre cuatro arcos; llévanlas a cuestas, y múdanse cada 2 o 3 días para buscar de comer”. Y a la hora de dar batalla los carceleros de Alvar Núñez no estaban lejos de los que amarraban a los modernos prisioneros: “Ésta es la gente más presta para un arma de cuantos yo he visto en el mundo, porque si se temen de sus enemigos, toda la noche están despiertos con sus arcos a par de sí y una docena de flechas”. Los Nukak Makú, tribu contemporánea y limítrofe con la tropa del sur, también han hecho sus descripciones de los encuentros con los desventurados: “Hombres malos, armas, hombres amarrados y tristes”.

                                                                                                                              Read more!

                                                                                                                              Al final de su cautiverio Alvar Núñez había logrado pasar por santo y curandero mayor, era aclamado y perseguido por los nativos y llegó a tener una fila india de 6000 seguidores. Algo parecido le pasa a nuestra recién liberada. El paso de la esclavitud a la santidad.

                                                                                                                              wwwrabodeaji.blogspot.com

                                                                                                                              LA TROPA DE CAMINANTES RECIÉN desembarcados de las sabanas de Tomachipán, sus aires montaraces, sus largas historias de cautivos, sus amuletos en las muñecas y en los hombros, me hicieron recordar las fantásticas desventuras de Alvar Núñez Cabeza de Vaca, un conquistador español que deambuló 10 años entre los indios que habitaban el sur de la Florida y los alrededores del Río Bravo. Sufriendo las humillaciones del esclavo, los rigores de selva y la amenaza constante del hambre.

                                                                                                                              Alvar Núñez decidió escribir su peregrinaje en un libro llamado Naufragios para dar cuenta de las “muchas y muy extrañas tierras” por donde estuvo perdido, y de “las costumbres de las bárbaras naciones” con las que conversó y vivió.

                                                                                                                              Una frase del proemio de su libro resulta bien parecida a las que se han repetido por los micrófonos en la última semana: “Aunque la esperanza que tuve de salir de entre ellos, siempre fue muy poca, el cuidado y la diligencia siempre fue muy grande de tener particular memoria de todo, para que si en algún tiempo Dios Nuestro Señor quisiera traerme a donde ahora estoy, pudiese dar testigo de mi voluntad, y servir a vuestra majestad”.

                                                                                                                              La curiosidad que su majestad el público ha desarrollado por la vida y las costumbres de la última tribu, la bárbara nación en armas en el sur del país, hace que la historia de los cautivos tenga un aire de expedición de conquista, de caminata en el nuevo mundo allende los remansos de San José del Guaviare.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              Luego todo fueron dificultades, largas marchas en busca de raíces y tunas y maíz, llagas en la espalda, guerras con otras tribus y ceremonias primitivas acompañadas del padre nuestro: “…hallamos lumbre con que hicimos grandes fuegos, y así, estuvimos pidiendo a Dios Nuestro Señor misericordia y perdón de nuestros pecados, derramando muchas lágrimas, habiendo cada uno lástima, no sólo de sí, más de todos los otros, que en el mismo estado veían”.

                                                                                                                              Tres veces intentó Alvar Núñez huir de sus variados captores, por el mucho trabajo que le daban y el mal trato que le hacían, y tres veces volvió a caer en sus manos. La voz para describir el trato que les daban a algunos de sus compañeros de infortunio coincide con la colección de infamias que han reproducido los periódicos: “…los tomaron por esclavos, aunque estando sirviéndoles fueron tan maltratados de ellos, como nunca esclavos ni hombres de ninguna suerte lo fueron…” En cada ceremonia que Alvar Núñez y sus compañeros presenciaban estaba siempre el presentimiento de un sacrificio: un nuevo jefe, un penacho de colores desconocido, un baile extraño eran motivos de alarma. La flecha siempre apuntaba al cuello.

                                                                                                                              La prisionera de estos tiempos habló del terrible olor de rutina que se levantaba al remover la tierra para la nueva habitación. También el Jerezano vivió con indios acostumbrados al trasegar infinito: “Las casas de ellos son de esteras puestas sobre cuatro arcos; llévanlas a cuestas, y múdanse cada 2 o 3 días para buscar de comer”. Y a la hora de dar batalla los carceleros de Alvar Núñez no estaban lejos de los que amarraban a los modernos prisioneros: “Ésta es la gente más presta para un arma de cuantos yo he visto en el mundo, porque si se temen de sus enemigos, toda la noche están despiertos con sus arcos a par de sí y una docena de flechas”. Los Nukak Makú, tribu contemporánea y limítrofe con la tropa del sur, también han hecho sus descripciones de los encuentros con los desventurados: “Hombres malos, armas, hombres amarrados y tristes”.

                                                                                                                              Read more!

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                                                                                                                              wwwrabodeaji.blogspot.com

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