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El llamado a la guerra tiene el atractivo de los mensajes fatales y simples. La muerte prometida, sea la propia o la ajena, impone una carga de gravedad férrea y solemne.
EL LLAMADO A LA GUERRA TIENE el atractivo de los mensajes fatales y simples. La muerte prometida, sea la propia o la ajena, impone una carga de gravedad férrea y solemne. Así mismo la causa invocada entrega una respuesta sencilla frente a un mundo complejo, inexplicable en muchos casos. Ahora son claros los límites de la maldad, las líneas que se deben cruzar para estar en la orilla de los salvadores, de los disidentes contra un mundo sombrío. El fundamentalismo se ha convertido en una opción cruda del compromiso personal para muchos jóvenes, una gubia necesaria y brutal contra el tedio de las ventanas, los computadores y las pantallas del teléfono celular. El heroísmo es una ficción que embelesa a jóvenes y adolescentes con versiones nuevas en cada generación.
El Ministerio del Interior francés lanzó una campaña para frenar el alistamiento de jóvenes en las filas del Estado Islámico. Son testimonios de padres, madres y hermanos de estudiantes entre 17 y 25 años que terminaron luchando con los fundamentalistas en Siria o Irak. Ya no se trata sólo de adolescentes sin muchas miras que crecieron en la periferia de las grandes ciudades y sólo se enteraron de que eran franceses luego de algún gol de Zidane. No son en su mayoría hijos de inmigrantes árabes que buscan sus raíces en un radicalismo que honra lo que no conoce y desconoce lo que han vivido desde niños. Se calcula que al menos 500 jóvenes franceses combaten en Siria e Irak y más de 1.000 hacen parte del Estado Islámico. Al final, el Ministerio entrega un teléfono para que los familiares, maestros o amigos prendan alarmas frente a comportamientos que puedan sugerir la inminente partida de los “mártires” locales. Un botón de alarma que en el último año y medio se pulsó más de 3.000 veces y que en el 25 % de los casos involucró a menores de edad, la mayoría de las veces mujeres. No sé por qué pensé en Tanja Nijmeijer. Otros estudios sobre el origen de los jóvenes franceses que combaten en tierra ajena hablan de una mayoría de familias ateas y de clase media con problemas de jóvenes soñando con el islam y el fusil.
Lo más paradójico es el intercambio de guerreros que van y vienen entre Oriente y Europa. Ahora Francia teme la llegada de yihadistas entre los refugiados que provienen de Siria y otros países. Jóvenes que vienen a cumplir su sueño de mártires en la casa de los verdugos europeos. Y es posible que estos se crucen en los aeropuertos con los franceses que van a luchar en las tierras prometidas del islam. Pelear en la casa es un poco más desabrido, además de la promesa de la guerra está el anzuelo de la conquista de una tierra nueva.
No queda más que un poco de pesimismo frente al reclutamiento en nuestra violencia más práctica, más expedita, menos idealizada. Si miles de jóvenes franceses de clase media no le encuentran sentido a la amplia oferta (de estudio, trabajo, fronteras próximas, cultura) que proponen sus familias y su país, qué pensar de la posibilidad de resistencia de los jóvenes reclutados en nuestros barrios y pueblos. Con muchas menos opciones y carnadas muy brillantes.
En Francia han construido una especie de catálogo de mitos que atraen a los guerreros debutantes. Se trata sobre todo de impulsos personales para buscar el héroe, la causa humanitaria, el riesgo edificante, el líder carismático, la adrenalina del juego de video en vivo. Parece que nuestras guerras serán cada vez más jóvenes.
