Alguna particularidad debe tener el Ministerio de Cultura para que los últimos tres presidentes hayan encargado exclusivamente a mujeres de los retos de ese armazón tan prestigioso.
Muchos dirán que seis ministras consecutivas son sólo un reflejo del importante papel de las mujeres en la trasescena de las empresas culturales. Pero la intuición masculina me dice que la seguidilla de 12 años a cargo de señoras demuestra sobre todo el hallazgo de un comodín para cumplir obligaciones de género.
Por allí han pasado galeristas estilizadas, matronas folkloristas, damas de sociedad y ornato, políticas de cuna y carisma, tecnócratas con beca en administración y gestoras con idea y recorrido. Y por momentos uno entiende la frase de cajón según la cual la cultura es la cenicienta del gabinete. Cada vez, a pesar de los conciertos y los saltimbanquis de las ferias, el ministerio es más silencioso e irrelevante. Está bien que cuidar bibliotecas y apoyar planes de lectura es un trabajo que se debe hacer sin ruido, pero el Ministerio de Cultura está corriendo el riesgo de convertirse en una agencia gubernamental para pedir recursos foráneos, filar comparsas y buscar la aprobación de leyes que libren de impuestos a algunos sectores.
Las feministas deberían pensarlo bien y exigir que les asignen definitivamente una cartera con más billetes. Leí sin detenimiento las memorias que dejó la ministra Paula Moreno y la verdad se nota que le gusta el trabajo. Pero luego de casi tres años no pudo dejar mucho más que informes sobre cómo se deben hacer las cosas. Quedó una relación de los temas que el Ministerio abordó durante sus primeros 10 años y entregó una hoja de ruta. Se definió el perfil de los directivos y se localizaron las posibles alianzas con las regiones y los privados. Mejor dicho, hay ministerio de estrategias culturales, pero no hay cómo salir del organigrama.
La ministra Moreno también exhibió con orgullo su principal ejecución de puertas para afuera. El Gran Concierto Nacional, que tuvo tres versiones multitudinarias, conmovedoras en las fotos, que reunieron niños y jóvenes de todas las regiones del país pertenecientes a las escuelas de música. Para 2011 no hubo concierto en todo el país, sino un pequeño toque en el Palacio de los Deportes en Bogotá. Dicen que fue el invierno. De modo que lo único que quedó de la ministra Moreno, exitosa según la voz de muchos, fue un manual de funciones, un proyecto que no sobrevivió sin su presencia y tres leyes archivadas en la biblioteca del Congreso.
Moreno hizo lo que pudo. Cuando un ministro tiene un presupuesto de menos de $100.000 millones al año para impulsar la cultura, no le queda más que impulsar leyes y diseñar programas. Con la ministra Mariana Garcés el presupuesto ha llegado hasta los $194.000 millones. Más de la mitad de la plata se va en gastos de funcionamiento y en una sola hoja quedan las inversiones de todo el año, muchas de ellas en mantenimiento de edificios patrimoniales. Por supuesto la ministra está dedicada a impulsar leyes. Para hacer una pequeña comparación vale la pena decir que la Secretaría de Cultura de Medellín tuvo en 2011 un presupuesto cercano a los $60.000 millones. Cuando se creó el Ministerio muchos hablaron del riesgo de que se convirtiera en un adorno, y resultó peor: un adorno barato.