La muerte de Griselda Blanco a manos de sicarios, en una carnicería en Medellín, cierra un ciclo simbólico de 40 años en el tráfico de drogas hacia Estados Unidos. La vida de Blanco podría ser la del personaje de un cómic —con nombres suficientes: Ballena Blanco, Viuda Negra, La Madrina—, construido uniendo la historia de seis o siete grandes capos para armar una saga pintoresca, trágica y brutal.
Prostituta en sus años difíciles, adolescente casada con un falsificador de documentos en sus tiempos del barrio Antioquia, viuda por gusto propio, distribuidora de coca al por menor en Nueva York, prófuga y enlace principal en EE.UU. del imperio narco naciente en Medellín, asesina implacable contra la ambición y la traición de sus compatriotas en el negocio —según su idea, ella era la única con posibilidades de ejercer la avaricia y la deslealtad—, pionera en el uso de los sicarios motorizados, condenada y liberada antes de tiempo por los enredos sexuales de fiscales y testigos en su juicio, anciana en uso de buen retiro cuando sus colegas y ahijados en el negocio estaban ya muertos o aún encerrados.
Blanco sirvió como referente para los dos extremos en la pelea planteada por los gringos contra el tráfico de cocaína. Fue el ícono de la arrogancia, las excentricidades y las posibilidades de desafío al poder para los narcos nacientes, y fue la ficha de la violencia indiscriminada que podía desatar el mercado prohibido de una sustancia todavía bajo la experimentación despreocupada de las discotecas. Antes de los cuerpos colgados y decapitados que vemos hoy en las noticias desde México, estuvieron los estrangulamientos, los degüellos y los cadáveres en los canales en la Florida. Algunos mencionan la práctica de la “corbata” como patente propia de Madame Blanco. Cuando Pablo Escobar se defendía a bala de un proceso penal por el robo de un Renault 12 en Medellín, Griselda Blanco se reía de la vida en su penthouse en la bahía de Biscayne, en Miami. Mientras los Rodríguez Orejuela estaban en los números 58 y 62 en una lista de narcos de la DEA con 113 nombres, La Madrina se encargaba de convertir Dadeland, concurrido centro comercial en Miami, en el escenario de un callejón del Chicago de los años veinte. En 1979 el 30% de los muertos por homicidio en Miami fueron colombianos. Se combatía entre los compatriotas y se dejaba una lección para todos.
Griselda Blanco fue una de las primeras personas con una acusación por tráfico de cocaína en cortes gringas y sirvió como enlace principal de distribución cuando los capos de Medellín todavía sabían más de importar base de coca desde Perú que de exportar cocaína hasta el norte. Muchas veces los investigadores sociales se han preguntado por qué los colombianos lograron tomarse un negocio tan apetecido y violento cuando tenían desventajas evidentes frente a los cubanos y los chilenos que eran los primeros encargados de la vuelta. Tal vez un poco de azar acompañado de la personalidad de unos cuantos locos, como la señora Blanco, podría entregar respuestas. No era una más entre los 5.000 colombianos que vivían en el área metropolitana de Miami en 1966. Hoy es una más de 150 mujeres que han sido asesinadas este año en Antioquia.