Tiene grandes riesgos eso de ser gobernados por un genio. Se detiene demasiado en sus decisiones, se mortifica con preguntas irrelevantes, duda, toma los caminos más arduos y más rigurosos cuando sería más eficaz el decreto ramplón. Y al mismo tiempo, pone a todos los ciudadanos tras la huella de su sapiencia, a todos, incluso a los que no entienden sus virtudes y desesperan. Además, el genio gasta buena parte de su tiempo en elucubraciones, busca persuadir más que decidir y, al final, termina conversando consigo mismo en las noches de crisis. Montaigne, alcalde de Burdeos por cuatro años, fue criticado por esa pasividad y se...
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