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Rabo de ají

La popular sabiduría

Pascual Gaviria
25 de enero de 2023 - 05:02 a. m.

Tiene grandes riesgos eso de ser gobernados por un genio. Se detiene demasiado en sus decisiones, se mortifica con preguntas irrelevantes, duda, toma los caminos más arduos y más rigurosos cuando sería más eficaz el decreto ramplón. Y al mismo tiempo, pone a todos los ciudadanos tras la huella de su sapiencia, a todos, incluso a los que no entienden sus virtudes y desesperan. Además, el genio gasta buena parte de su tiempo en elucubraciones, busca persuadir más que decidir y, al final, termina conversando consigo mismo en las noches de crisis. Montaigne, alcalde de Burdeos por cuatro años, fue criticado por esa pasividad y se defendió con pacífica inteligencia: “Me acusan de inactividad en una época en la que casi todo el mundo fue culpable de hacer demasiadas cosas”. El sabio es pues buen gobernante por omisión. Ya Platón dejó constancia del fracaso de sus intentos de imponer la sabiduría en Siracusa, donde las gentes dormían de día, bebían y comían sin freno y tenían por patrón a un tirano sin mucho juicio.

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