Hace 42 años, en septiembre de 1982, unos meses antes de recibir el Nobel de Literatura, García Márquez publicó un texto sobre la invasión al Líbano por parte de Israel. El 6 de junio de ese año Menájem Beguin, primer ministro de Israel y premio nobel de paz, había dirigido la incursión de la mano de Ariel Sharon, su ministro de defensa. García Márquez suena indignado por la reacción anestesiada, conforme si se quiere, de la llamada comunidad internacional: “El gobierno del presidente Reagan, por supuesto, fue el cómplice más servicial de la pandilla sionista. Por último, la prudencia casi inconcebible de la Unión Soviética, y la fragmentación fraternal del mundo árabe acabaron de completar las condiciones propicias para el mesianismo demente de Beguin y la barbarie guerrera del general Sharon”.
De nuevo las tropas de Israel han cruzado la frontera del Líbano y las palabras de García Márquez tienen una extraña mezcla de actualidad y profecía. Ese año marca el inicio de la confrontación actual, el nacimiento de los nuevos actores y el rastro de la pólvora de hoy. En ese largo conflicto parece que los ataques solo preparan las más fuertes masacres futuras. Miles de personas fueron asesinadas en el Líbano en medio de la “Operación paz para Galilea”. Israel tenía como objetivo la salida de la Organización para la Liberación de Palestina de su refugio libanés. La gente de la OLP huyó hacia Túnez luego de dos meses de la invasión. Estaban listas las condiciones para la creación de Hezbollah. La colaboración de Israel en las masacres cometidas por las milicias cristianas ayudó al crecimiento de la simpatía con la población Chiíta en el sur del Líbano y supuso el arribo de Irán a la ecuación de guerra. Hasan Nasrallah, líder de Hezbollah que murió la semana pasada en un bombardeo israelí en el Líbano, tenía 22 años y era un entusiasta de la revolución islámica en Irán. Ayudó a fundar el partido y la milicia y apenas diez años después ya era el secretario general de Hezbollah. García Márquez escribía de una barbarie recurrente y en el tiempo exacto de los nuevos motivos, objetivos y actores. El gran pedido del momento era “la instalación de un Estado palestino independiente en Cisjordania y Gaza”, una solución que hoy solo hace pensar en un nuevo genocidio.
Al igual que en la actualidad, había grandes manifestaciones en Tel Aviv contra los artífices de la invasión: “Desde el principio de la invasión a Líbano empezaron en Tel Aviv y otras ciudades las manifestaciones populares de protesta que aún no han terminado (…) más de 400.000 israelíes proclamando en las calles que aquella guerra sucia no es la suya porque está muy lejos de ser la de su dios…”.
García Márquez, al igual que algunos comentaristas y políticos actuales, compara a los líderes judíos con Hitler: “Para quienes tenemos una edad que nos permite recordar las consignas de los nazis, los dos propósitos de Beguin suscitan reminiscencias espantosas: la teoría del espacio vital, con la que Hitler se propuso extender su imperio a medio mundo, y lo que él mismo llamó la solución final del problema judío, que condujo a los campos de exterminio a más de seis millones de seres humanos inocentes”. Años más tarde, Vargas Llosa haría comparaciones similares al describir la vida de los Palestinos en Gaza.
La lectura de la prensa vieja es muchas veces desconcertante y reveladora. Los periódicos de ayer son amigos del pesimismo, de las coincidencias sangrientas, “de los estragos semejantes en este mundo desdichado”, como decía el García Márquez de aquella época, listo recibir para las alegrías del liqui liqui a pesar de todo.