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Las persecuciones de nuestros grandes 'narcos' siguen siendo apasionantes.
El 1° de enero murió en Acandí, Chocó, Juan de Jesús Úsuga, el líder de ‘Los Urabeños’. Un localizador satelital en el estuche de la guitarra de uno de los músicos contratados para la fiesta de fin de año, entregó la ruta definitiva. Se necesitaron 150 hombres Jungla para llegar hasta su finca, marcada con un nombre sugestivo: Casa Verde. Además de Úsuga, murió un policía, y fueron capturados cuatro de los invitados a la recepción de Año Nuevo. Al día siguiente, Urabá amaneció paralizada y el ruido de las rejas contra el piso en los locales comerciales llegó hasta algunos sectores de Medellín.
Hace una semana el diario El Mundo de España aseguró que la negociación de seis meses de los hermanos Comba y alias Mi Sangre con los fiscales de Estados Unidos estaba a punto de concretarse. Se dijo que uno de ellos se encontraba localizado en Panamá, y que exfiscales antimafia, convertidos en abogados de los capos, estuvieron visitando La Picota. Parece que la idea es llevarse al clan completo. Los grandes enemigos de Juan de Jesús Úsuga entendieron que es mejor la lucha jurídica en Estados Unidos que la guerra de sobornos y sangre que deben librar en Colombia. Desde hace cinco años se ha dicho que nuestros ‘narcos’ cambiaron radicalmente de lema: prefieren una cárcel en Estados Unidos a una tumba en Colombia. Ahora muchos deciden incluso saltarse el concepto de la Corte Suprema para llegar más pronto a tratar con los fiscales del norte.
El ministro de Justicia colombiano se declaró alarmado y recibió a cambio un parte de tranquilidad por parte del fiscal general gringo y el director de la DEA: las penas bajas a mafiosos colombianos son simples casos aislados, y en el futuro seguirán recibiendo castigos semejantes a aquellos a los que hemos estado acostumbrados. Pero todo parece indicar que Estados Unidos está dispuesto a mantener un lenguaje duro contra el narcotráfico, aleccionador para los países productores, mientras en sordina cambia sus políticas y sus prioridades. La consigna puede resumirse en una frase odiosa y paternalista: “yo doy los pasos a mi ritmo, sin mucho ruido, sin alentar grandes cambios; ya les avisaré cuándo estamos preparados para que ustedes hagan lo propio”.
En retrospectiva, parecen absurdas las largas condenas contra Hernán Botero o incluso contra Carlos Lehder. Ambos inauguraron, como conejillo de Indias el uno y como primer capo el otro, una etapa de justicia como escarmiento, de demostración de que los delitos de narcotráfico tenían una segunda instancia implacable en Norteamérica. Ahora, hasta Don Berna puede intentar negociaciones muy parecidas a la justicia transicional que se les ofreció aquí mediante la Ley de Justicia y Paz. Mientras en Colombia se libró una guerra de años para llegar a una ‘solución’, tramitada mediante una ley que dejó descontentos a todos los sectores, a los criminales, a los políticos, a los políticos criminales, a las víctimas y a los profesionales del conflicto, en Estados Unidos lo hacen a puerta cerrada, sin posibilidad de pataleo y sin dramatismos morales. O nuestros ‘narcos’ son de segunda en el negocio y ahora valen menos que un pez mediano en México, o los gringos han comenzado a legalizar sin notificarnos.
