Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.

Las soledades americanas

Pascual Gaviria

02 de noviembre de 2010 - 09:56 p. m.

EN JULIO DE 1831 ALEXIS DE TOCQUEville y Gustave de Beaumont, su colega y compañero de aventuras, estaban en plena cabalgata por los desolados bosques cercanos a los Grandes Lagos en Estados Unidos.

PUBLICIDAD

El par de Quijotes franceses, que mencionan los descuidos de Sancho en medio de sus jornadas, van en busca de la vida salvaje, de las estampas de la naturaleza en estado puro. Su mirada sobre los escasos hombres blancos que pueblan esas lejanías es menos delicada que la que le entregan a los grandes árboles, a los indios y a la silueta esquiva de los animales. Los emigrantes son parte de un experimento que los viajeros miran con algo de curiosidad y admiración, con una lupa compasiva y unas pinzas con su toque de crueldad. Lo más importante es ver “la cuna todavía vacía de una gran nación”.

Quince días en las soledades americanas es un pequeño libro de viaje, un anecdotario si se quiere. No tiene la carga de reflexiones de La democracia en América y está escrito desde el deslumbramiento más que desde el pensamiento. Sin embargo, para Tocqueville es imposible no hacer algunos apuntes sobre los rudos colonizadores con sus casas hechas de troncos recién cortados. Viendo el alboroto extremista del que se ha hablado últimamente en la política norteamericana, es imposible no pensar que las multitudes que protestan hoy desde la variopinta franquicia del Tea Party, tienen algo de los habitantes de las soledades de Búfalo, Detroit, Boston en la primera mitad del siglo XIX.

En esas cabañas, en ese “país del demonio en el que usan osos como perros guardianes”, la religiosidad aparece como una obligación desmesurada. Con el verano llegan los pastores metodistas y los colonos se reúnen al aire libre en misas campales de tres días: “Es digno de ver con qué ardor se dedican estos hombres a la oración, con qué recogimiento escuchan la solemne palabra del predicador. En el desierto uno se torna hambriento de religiosidad”. Son las palabras de uno de los hospederos de Tocqueville. Las actitudes de los variados fanáticos religiosos que gritan por estos días confirman que muchos descendientes de los pioneros quisieran mantener un oso en la puerta de sus garajes para alejar a los impíos.

Read more!

En otra conversación se puede advertir la diferencia entre los habitantes de las grandes ciudades en las costas y quienes se arriesgaron en los destierros del interior. Tocqueville se extraña de no haberse topado con un solo europeo y pregunta dónde están los hombres que supuestamente se encargan de poblar a América. Su interlocutor le responde con una mezcla de desprecio y orgullo: “Sólo los americanos tienen el coraje de arrostrar tales miserias y pagar semejante precio para alcanzar la prosperidad. El emigrante europeo se queda en las grandes ciudades de la costa o en los distritos cercanos. Allí se convierte en artesano, gañán o criado. Sólo al americano le corresponde la tierra. Es a él a quien la ha sido concedido el adueñarse de las tierras del Nuevo Mundo y crearse así un inmenso porvenir”.

Ese inmenso porvenir es el que ven amenazado muchos de los ultramontanos gringos por parte de un Estado que supuestamente quiere enseñarles costumbres ajenas con dinero ajeno. Sienten que construyeron su mundo lejos del Estado central y que no es momento para entregarlo. “Nación de conquistadores que sólo aprecia de la civilización y de las luces su utilidad para alcanzar el bienestar… gente que como todos los grandes pueblos, persigue una sola idea y avanza hacia la adquisición de la riqueza, único fin de sus fatigas…”.

Read more!

 

Conoce más

Temas recomendados:

Ver todas las noticias
Read more!
Read more!
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta  política.