Las encuestas son consideradas una farsa por quienes aparecen como perdedores y un simulacro perfecto por quienes leen porcentajes estimulantes. Cuando los números significan una amenaza, el lector de sondeos recurre a las confianzas del jugador arruinado: acude a buscar los parentescos y las supuestas preferencias políticas de quienes hicieron las preguntas, desprecia el tamaño de la muestra y se duele de no haber sido consultado, descalifica a quienes respondieron porque viven muy lejos o se levantan muy tarde. Pero la desconfianza del jugador está a la misma altura de la ansiedad y no puede esperar a un nuevo lance en la...
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