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Letra con sangre

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Pascual Gaviria
11 de marzo de 2015 - 04:11 a. m.
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México nunca ha dejado de hablar de sus maestros. Están en la historia de su revolución, en las grandes gestas sindicales, en las infamias de la corrupción oficial, en las interminables acampadas en el Zócalo, en los arreglos electorales, en los íconos de la tele, en los inicios de los grandes capos y en las masacres aleccionadoras.

Los maestros han sido inspiración para los rebeldes y punta de lanza para los áulicos de los gobiernos por venir. Han conformado sectas maoístas, “vanguardias revolucionarias”, movimientos anarquistas y, cómo no, facciones priístas. Y se han matado defendiendo sus bandos y sus puestos en la nómina. Y los han matado por tercos, por altaneros y por conformar un poder capaz de bloquear o impulsar los gobiernos.

Hace poco, a raíz de la matanza de los normalistas en Iguala, futuros maestros revelados contra un poder local corrupto, Juan Villoro recordaba la historia de maestros que se convirtieron en leyendas en el estado de Guerrero. Lucio Cabañas, que comenzó como profesor de primaria, luego creó el partido de los pobres y más tarde se fue al monte. Villoro entrega otros nombres de profesores que se hicieron guerrilleros en un estado donde hace 60 años dos terceras partes de la población eran analfabetas. Los profesores enseñaban a leer a los más pequeños y a combatir a sus hermanos mayores.

Elba Esther Gordillo cumplió dos años en la cárcel hace unos días. Todo México la conocía como La Maestra y llevaba cerca de 25 años dirigiendo el SNTE, sindicato de maestros con más de un millón de afiliados. Gordillo terminó siendo un pieza clave en la elección que Felipe Calderón ganó con una ventaja de apenas el 0,56% de los votos. Traicionó al PRI y su gente terminó con gran poder en las loterías públicas y los seguros sociales. En la educación ya era en realidad la rectora. A pesar de sus vestidos de US$7.000 sus frases de combate son las mismas de los maestros guerrilleros: “Me voy cuando los maestros lo pidan, las amenazas no me quitan. Para morir nací y quiero morir con un epitafio: aquí yace una guerrera, y como guerrera murió”. De ahí salió para la cárcel acusada del desvío de fondos públicos por un valor cercano a los US$200.000.

El verdadero guerrero de pizarrón fue capturado hace unos días en el estado de Michoacán. Servando Gómez Martínez, alias La Tuta, fue profesor de primaria desde 1991 hasta 2010, cuando ya era uno de los capos de los Caballeros Templarios, un cartel con ínfulas de secta al que sólo le faltaba la izada de bandera pues tenía su propio “catecismo”. La Tuta tiene un tono atropellado y baboso que muy seguramente lo hacía repulsivo ante sus alumnos. Los motivos de su renuncia son muy sencillos, parecen escritos en la letra pegada y tortuosa de los escolares de segundo año: “Yo tenía un trabajo muy sano y muy honesto, pero para mis aspiraciones para mi forma de ser y para mi todo, no me satisfacía. Pues entonces se fueron dando las situaciones y aquí estoy”.

Estas historias de lobos frente al tablero, de miseria en los salones, de la rabia que hace que la tiza se quiebre contra el tablero, me hicieron recordar las faenas de Iván Márquez como profesor de biología en El Doncello, Caquetá. Fábulas que bien pueden terminar en tragedias.

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