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Marihuana Golden… Gate

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Pascual Gaviria
27 de octubre de 2010 - 02:57 a. m.
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EN 1996 UNA LEY ESTATAL EN CALIfornia legalizó el uso de marihuana con fines médicos.

Fue el primer Estado norteamericano en permitir que algunos pacientes llegaran con su escarapela de fumadores recetados hasta las farmacias. Un alivio para enfermos de cáncer, esclerosis, glaucoma, artritis y otras dolencias para las que el humo de un varillo resulta reparador. Hasta hoy otros 13 estados han seguido el ejemplo de California. Y los pacientes “homeopáticos” se han multiplicado en medio de la risa de algunos médicos y la histeria de burócratas, amas de casa y evangelizadores de TV.

Poco a poco la mayoría de los usuarios de ganja en California descubrieron que ellos también estaban enfermos de tener que recurrir a las mafias de distribución y que preferían comprar su medicina con la tranquilidad de quien busca un antiácido. Así que buscaron un médico sin demasiados prejuicios, le explicaron sus problemas de migraña o insomnio o pérdida de apetito o depresión y obtuvieron su pasaporte al mundo de la marihuana legal. Hace unos meses un amigo me enseñaba su carné de enfermo con una risa rozagante y contagiosa.

Las recetas médicas lograron entonces que muchos de los consumidores de marihuana, se dice que una tercera parte de quienes fuman habitualmente en California tienen su patente de corso, adquirieran el aire tranquilo y digno de respeto de los pacientes crónicos. En menos de 15 años se logró apaciguar un poco el viejo estigma de la marihuana surgido a comienzos del siglo XX en los estados cercanos a la frontera con México. Los oficiales de policía de la época hablaban de la “sed de sangre” que despertaba la yerba y “la fuerza sobrehumana” que otorgaba su consumo. Esa ficción es ahora una anécdota, pero aún se conserva la idea de que es necesaria la fuerza de los policías y la severidad de los jueces para que no se propague una epidemia de drogadicción y violencia alrededor del consumo.

Una comparación entre dos Estados gringos con muchas cosas en común y una política opuesta en el tema de la marihuana puede desmentir el grito de los alarmistas. California y Florida representan dos extremos en su visión y su legislación sobre el consumo de marihuana. Florida tienen las penas más altas del país, hasta 5 años de cárcel por tener menos de una onza de hierba en el bolsillo, y California acaba de convertir el porte de menos de una onza en una contravención menor que se tramita por fuera de los tribunales. Hace unos días una revista de Miami decía con sorna: “Florida es el Estado con las penas más altas, pero en la calle todo el mundo parece tocado”. El porcentaje de consumidores de marihuana en California y Florida es muy similar y se ha mantenido estable en los últimos cinco años. Una comparación entre los consumidores en Estados Unidos y Holanda también resulta diciente. Según un estudio de 2001 el 5,4% de los estadounidenses dijo haber consumido marihuana en el último mes, contra apenas un 3% de los holandeses que la consiguen sin exponerse a un arresto.

Si California se convirtiera en una gran Ámsterdam en el interior de Estados Unidos, tiene 36 millones de habitantes, es posible que su ejemplo diera una interesante lección al fundamentalismo antidrogas. Tal vez la sociedad norteamericana entienda mejor por medio de una experiencia exitosa de regulación, impuestos y orden administrativo que mirando con horror las noticias de Tijuana. Al fin y al cabo, siempre resulta más revelador un buen plon que dos pitazos paranoicos.

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