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EL DESORDEN DE PAPELES ACUMUlados en un cajón, rayados en las esquinas, anotados al azar, tachados, puede entregar una interesante versión de un cerebro agraviado y misterioso.
Un backup para calmar la curiosidad y los prejuicios. Acaba de abrirse el cajón que se suponía vacío con el revoltijo que Marilyn Monroe escribió en cuadernos, facturas, recetas de cocina, cartas a sus médicos y libretas de hotel. Dicen que se encontró una mezcla de reflexiones insomnes, boletas rasgadas, versos, citas entrañables y canciones cursis. Y según parece, la sorpresa resultó mayúscula. Aseguran que la encarnación de la rubia hueca podía tener momentos de genialidad poética, que pensaba más de la cuenta y escondía algunos de sus atributos.
En las noches de desvelo, mientras medio mundo soñaba con sus hazañas sexuales, Marilyn Monroe escribía sobre el pequeño caos de su cabeza, como una adolescente que intenta entenderse, pero esquivando los lugares comunes y la trivialidad: “Vida - / soy de tus dos direcciones / De algún modo permaneciendo colgada hacia abajo / casi siempre / pero fuerte como una telaraña al / Viento - existo más con la escarcha fría resplandeciente. / Pero mis rayos con abalorios son del color / que he visto en un cuadro -ah vida / te han engañado". Si dicen que Íngrid pudo escribir la noticia de un secuestro con el tono de un ensayo íntimo, por qué dudar de Monroe como poetisa enmascarada.
El escritor italiano Antonio Tabuchi es el encargado de prologar la edición que está a punto de salir con los papeles de la rubia pasados en limpio. Habla de una personalidad “intelectual y artística”. Y entrega un interesante diagnóstico clínico 47 años después del suicidio: “La imagen que Marilyn ha dejado de sí misma esconde un alma que pocos sospechaban. De gran belleza, es un alma que la psicología barata calificaría de neurótica, como se puede calificar de neurótico a todo el que piensa demasiado, a todo el que ama demasiado, a todo el que siente demasiado”.
Me impresionó uno de sus poemas con el puente de Brooklyn como tabla de salvación frente a las intenciones de suicidio. Ese mismo puente que fascinó a José Martí: “…se sienten, en presencia de aquel gigantesco sustentáculo, sumisiones de agradecimiento, consejos de majestad, y como si en el interior de nuestra mente, religiosamente conmovida, se levantasen cumbres”; a Maiakovski: “Si llegase el fin del mundo, / el caos pondría el planeta patas arriba / y sólo quedaría este puente encabritado sobre el polvo de la ruina…”. El mismo desde el que Ginsberg vio caer a las mejores mentes de su generación, “Quienes saltaron del Puente de Brooklyn esto realmente sucedió y quedaron desconocidos y olvidados en el aturdimiento fantasmal de los callejones de sopa y camiones de incendio de Chinatown, ni siquiera una cerveza gratis”.
Lo de Monroe resulta menos grandilocuente y más conmovedor: “Ay maldita sea me gustaría estar / muerta —absolutamente no existente— / ausente de aquí de / todas partes pero cómo lo haría / Siempre hay puentes —el puente de Brooklyn— / Pero me encanta ese puente (todo se ve hermoso desde su altura y el aire es tan limpio) al caminar parece / tranquilo a pesar de tantísimos / coches que van como locos por la parte de abajo. Así que / tendrá que ser algún otro puente / uno feo y sin vistas —salvo que / me gustan en especial todos los puentes, tienen / algo y además / nunca he visto un puente feo—”. Norman Mailer lo había advertido, Marilyn Monroe era “una poeta callejera intentando recitar sus versos a una multitud que le hacía jirones en la ropa”.
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