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Ostalgie

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Pascual Gaviria
11 de noviembre de 2009 - 02:06 a. m.
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ALGUNOS DE LOS ANTIGUOS PRODUCtos que se ofrecían en los estantes deslucidos de la República Democrática Alemana, las camisas de poliéster, el café empacado en bolsas de papel, la Vita-Cola, han pasado del desprecio de los consumidores al pequeño altar para las reliquias.

Luego del entusiasmo inicial por los esplendores de los productos que llegaban desde Occidente como una prueba de otro mundo, algunos habitantes de los países del Este europeo fueron redescubriendo su gusto por la canasta familiar que los había acompañado desde siempre. En los últimos años Berlín ha visto el surgimiento de las llamadas tiendas Ostpaket que ofrecen imitaciones u originales de los productos que circulaban en la era comunista. Un juego de palabras con los Westpaket de los tiempos idos: remesas que los ciudadanos de Berlín Oeste podían enviar a sus familiares o amigos que habían quedado al otro lado del muro.

Es posible relacionar la reciente encuesta realizada por el Pew Research Center en nueve países de la antigua cortina de hierro con la nostalgia de los consumidores de la Europa del Este empujando su carrito de mercado. En todos los países donde se hicieron las preguntas ha disminuido el entusiasmo inicial que había generado la llegada del capitalismo. Los alemanes del Este son los menos desencantados, apenas en un 4% se redujo el número de quienes aprueban el cambio al capitalismo con respecto a la misma pregunta formulada en 1991. En Bulgaria, Lituania, Hungría y Ucrania los decepcionados oscilan entre el 16 y el 34%. Los rusos por su parte se amoldan más al capitalismo que a la democracia. A la mayoría no les parece importante la libertad de expresión y para muchos el multipartidismo es una anécdota. No es raro entonces que los textos de las escuelas rusas definan a Stalin como un “ejecutivo eficaz” que llevó a la URSS a la victoria en la Segunda Guerra. Ni que una reciente encuesta haya ubicado al camarada como el tercer ruso más popular de la historia. Nadie podrá decir que Putin no está hecho a la medida de la Rusia capitalista, con más ambiciones de volver a ser un imperio que de ser una democracia.

Pero el resultado más sorpresivo aparece frente a la pregunta que intenta resolver si la gente considera que su situación hoy es peor a la que vivió bajo el régimen comunista. La mayoría de los habitantes de todos los países consultados, excepto los alemanes del Este, respondieron que se sentían en situación peor o igual. Siendo los húngaros los más arrepentidos y los polacos los más cercanos al equilibrio entre conformes y desengañados. Parece que al comienzo los ciudadanos del Este sintieron que habían vencido un régimen que los oprimía. Sin embargo, poco a poco se fueron situando en el bando de los vencidos, olvidaron las restricciones a la libertad y comenzaron a extrañar a la burocracia que les aseguraba y les ordenaba una aburrida estabilidad. Por eso una madre de Leipzig le dice a su hijo que la RDA no era tan mala: “Bastaba con no criticar al sistema y se podía tener una vida normal, como en el Oeste”.

La nostalgia del consumidor habituado a sus marcas y sabores, la ostalgie que se hizo famosa con Good Bye Lenin, puede explicar por qué muchos europeos del Este se consideran más pobres y añoran el comunismo al mismo tiempo que dicen ser más felices que en 1991. Las diferencias de salarios entre los ciudadanos del Este y el Oeste, la idea de que los políticos se llevaron la mejor tajada luego del cambio y las amenazas de la crisis capitalista acompañan bien esa nostalgia que mira con recelo las apoteosis de U2 bajo la Puerta de Brandemburgo.

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