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Paradojas norteafricanas

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Pascual Gaviria
02 de febrero de 2011 - 03:00 a. m.
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HACE APENAS DOS MESES LOS PRE-sidentes de los países africanos que forman el casquete más cercano a Europa, Marruecos, Argelia y Túnez, lucían orgullosos debajo de su brazo el Informe sobre Desarrollo Humano que prepara Naciones Unidas cada año desde 1990.

Los especialistas en medir avances y retrocesos sociales hablaron del milagro norteafricano y los guardianes de las costas en España celebraron la disminución del asalto de los inmigrantes en sus lanchas de remo. Marruecos, Argelia y Túnez hicieron parte del grupo de 10 países que más avanzaron en sus indicadores de desarrollo en las últimas cuatro décadas. Las mejoras en salud, educación e ingresos per cápita les permitieron compartir los puestos de honor con la China capitalista y otros alumnos aventajados en Asia.

Para que los logros tuvieran aún mayores méritos, los países del norte de África demostraron seguir rutas propias. No se limitaron a obedecer las recomendaciones de los tecnócratas internacionales, sino que en ocasiones desafiaron sus recetas y ganaron su apuesta. Sus mejoras en esperanza de vida, alfabetización y acceso a la educación dejaron por debajo a más de 125 países evaluados. Pero uno de los capítulos del Informe señaló un pequeño lunar: “Una cuestión especialmente importante es el progreso relativamente bajo de estos países en términos de democratización. Al contrario que otros países que han experimentado grandes mejoras en desarrollo humano durante este período, como Nepal, Corea del Sur e Indonesia, no se ha observado la consiguiente liberalización de las instituciones políticas en los países norteafricanos”.

En las calles, vendiendo frutas en una carretilla, es difícil entender las gráficas y los números que demuestran mejorías colectivas y esfuerzos acertados. Los relevos en el poder que exige la democracia son siempre una válvula necesaria contra la frustración social. La cara de un déspota que se repite durante años, los uniformes de la policía encargada de defender el palacio y buscar rentas al menudeo, las castas familiares y la “nomeklatura” que se superpone durante años, logran que la verdad de los indicadores no merezca más que un graffiti.

De otro lado, los ejemplos en el norte de África parecen demostrar que los avances en educación obligan a ceder control político y a otorgar libertades individuales. De algún modo los regímenes de Túnez y compañía prepararon el terreno para las revueltas populares que están viviendo, lideradas por jóvenes para los que no fue suficiente el simple cartón de bachillerato o el título de una carrera universitaria. Paradojas que trae la autocracia. Para lograr sus éxitos sociales, Túnez les entregó poder a las mujeres aumentando la edad mínima para casarse, prohibiendo la poligamia, accediendo a la importación de métodos anticonceptivos, legalizando el aborto y otorgando el derecho al voto. Hoy en día el país tiene, en proporción, más mujeres universitarias que Hong Kong o México. Parece imposible que esas jóvenes y sus amigos se contentaran con hacer venias al presidente Ben Alí durante una década más.

La otra paradoja es que todo este movimiento libertario puede terminar en manos de los radicales islámicos. Tienen la mejor organización, una devoción probada y el ejemplo claro de la revolución de Irán en 1979, en principio laica y plural, y que terminó dirigida por fanáticos. En Egipto ya empezaron a quemar bares y discotecas y en Marruecos ya prendieron las sinagogas. Sería triste llegar al régimen de los ayatolás por la vía del entusiasmo democrático.

 

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