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Plazo presidencial

Pascual Gaviria

05 de mayo de 2015 - 11:00 p. m.

LAS VOTACIONES SE HAN CERRAdo con un suspiro de alivio.

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La decisión, que ya parece definitiva, se ha celebrado como una especie de venganza o, en el mejor de los casos, como una lección que dejaron los abusos del pasado, un escarmiento frente a los excesos. Pero nadie ha pensado aún en las limitaciones futuras, en los afanes, en las estrecheces de los míseros cuatro años. Nadie duda, ni Uribe, ni Sabas, ni Yidis, que la reelección presidencial se aprobó con la conciencia de unas notarías y unas gerencias de hospitales en ciudades intermedias. Se cambió la Constitución como si se tratara de ajustar un artículo de la ley de presupuesto y se desató un enjambre político que dejó ronchas y apenas ahora comienza a asentarse. Está bien que la Corte Suprema se ocupe de esos abusos en la forma y que la Corte Constitucional haya dicho en su momento que la desfachatez en busca de un segundo cambio constitucional era un golpe desde el palacio presidencial a la Constitución. Una vez saldadas esas cuentas, valía la pena evaluar la reelección sin mirar las manchas del pasado, pensar en los posibles desequilibrios electorales, medir la voluntad y la madurez de los ciudadanos, contar los tiempos necesarios para mover el monstruo estatal.

Argentina, Brasil, Bolivia, Ecuador y Venezuela permiten la reelección consecutiva en el vecindario. Algunos abrieron la puerta al descaro de la perpetuidad que en Colombia se cerró en buena hora con el mencionado fallo de la Corte Constitucional. En Chile, Perú, Uruguay y Panamá el presidente se puede reelegir luego de “descansar” un período. Todos, excepto Chile, tienen períodos presidenciales de cinco años. México la prohíbe, pero tiene presidentes de seis años. Colombia quedará, en compañía de Paraguay, con un período presidencial corto y sin posibilidades de prórroga. La reelección tiene la ventaja de ser una especie de refrendación ciudadana sobre el primer período. La reñida contienda de hace un año entre Santos y Zuluaga demostró que el candidato-presidente no tiene nada asegurado y la silla puede ser un escalón o una trampa. En Estados Unidos han aprendido la lógica de cada uno de los cuatrienios de gobierno: el primero con objetivos de corto plazo y el segundo con una agenda que trasciende en alguna medida los afanes electorales. La prohibición de la reelección tiene la desventaja de propiciar sin salidas institucionales frente a climas de opinión favorables a un presidente, y de impedir que se desarrollen proyectos de gobierno a mediano plazo.

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Visto en perspectiva, se puede decir que en un solo período ni Uribe ni Santos habrían podido desarrollar sus más importantes apuestas de gobierno. Uribe no habría logrado agrupar al país en torno a un proyecto de seguridad (con múltiples problemas y crímenes) que terminó por debilitar a las Farc y permitir el lance de Santos hacia un proceso de paz. Ahora se ha demostrado que el intento de una negociación tampoco habría sido viable en ese plazo. Sólo estructurar el proyecto de Autopistas de la Prosperidad tardó cerca de tres años. El período actual resulta corto a la hora de concebir y ejecutar un plan en las capitales, qué decir cuando se piensa para todo el país. Pero aquí pensamos más en pleitos y personas que en proyectos y posibilidades.

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