Es normal que los escritores amen sus papeles y sueñen con sus primeras mecanografías, con los rayones iniciales de su imaginación. Nadie renuncia fácilmente a las promesas que han costado sudor. Y también es lógico que detesten a los personajes que no logran caminar según su gusto o se alejan de sus habilidades en la mecanografía. Y que duden del balbuceo de las primeras páginas y de la valía de la tinta todavía fresca. Los manuscritos son, hasta para los autores consagrados, seres traicioneros, animales que no han mostrado del todo su carácter y pueden resultar crueles por defecto, venenosos, deformes al ojo de los lectores. Esa...
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