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Plomo Fundido

Pascual Gaviria

13 de enero de 2009 - 08:08 p. m.

LAS IMÁGENES DE LOS BOMBARDEOS sobre Gaza me hicieron recordar el título extraño y atrayente de un libro menor: Sobre la historia natural de la destrucción, una reflexión del escritor alemán W.G. Sebald acerca de la estrategia aliada de bombardeos sobre 131 ciudades y pueblos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial.

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El horror de la guerra tiene casi siempre técnicas recurrentes y caras repetidas. Cambian los protagonistas, las dimensiones, las relaciones de fuerza y queda el mismo fuego sobre los techos. Lo que hoy se nos presenta como una atrocidad judía que pone a militantes de Hamas y a civiles palestinos bajo la mira indiscriminada de los aviones, fue hace seis décadas la táctica aceptada contra el poder de los nazis. Como siempre, no importaba la precisión sino la destrucción. El gobierno inglés apoyó la iniciativa en febrero de 1942 y todo quedó en manos de la Royal Air Force y sus audaces tripulaciones recién graduadas del bachillerato. Los papeles de la época no dejan lugar a dudas sobre el objetivo de los bombardeos: “…a fin de destruir la moral de la población civil enemiga y, en particular, de los trabajadores industriales”.

Algunas voces en la Iglesia británica y en la Cámara de los Lores reprocharon la estrategia de los ataques dirigidos principalmente contra la población civil; según ellos, era imposible una defensa de los bombardeos desde la moral o desde el derecho de la guerra. Pero Sir Arthur Harris, jefe del Bomber Command, pensaba todo lo contrario, tenía la lógica implacable de quienes dirigen los ejércitos, la misma que, según parece, guía a los actuales comandantes judíos: “Creía en la destrucción por la destrucción, representaba el principio más íntimo de toda guerra, es decir, la aniquilación más completa posible del enemigo, con todas sus propiedades, su historia y su entorno natural”. Los corresponsales de la BBC a bordo de los aviones ingleses tenían una perspectiva bien distinta, entregaban a sus compatriotas las visiones alucinantes de un resplandor que prometía la victoria. Durante el primer reportaje en directo de un raid sobre Berlín el reportero describía una realidad bien lejana a la de los sótanos: “¡Es la ciudad!... va a ser algo sin sonido. El estruendo de nuestro avión lo ahoga todo. Vamos derecho hacia la más gigantesca exhibición de juegos artificiales silenciosa del mundo… No hay que hablar demasiado. Dios, un espectáculo realmente espléndido…”.

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Hablar de lo que pasó en tierra fue mucho más difícil. Según Sebald muy pocos testimonios se encargaron de describir el Apocalipsis que dejó 600 mil civiles muertos y siete millones y medio de personas sin hogar. Las frases hechas y el olvido fue la mayor elocuencia posible. Los alemanes viajaban en los pocos trenes que seguían habilitados y se negaban a mirar el paisaje de escombros a través de las ventanillas. Sólo algunos escritores locales, años más tarde, fueron capaces de contar las escenas que habían dejado mudo al pueblo alemán. Las correrías que narran se parecen mucho a las que vemos en Gaza durante algunos segundos que nos regalan los noticieros. Tal vez el recuento de las guerras viejas, casi saldadas, nos entregue un poco más de realidad que las hazañas de los reporteros en las matazones de hoy: “Por la cercana autopista del  Reich se mueve una interminable corriente de refugiados, frágiles ancianas que arrastran, sobre largos palos que llevan a la espalda, un fardo con sus últimas pertenencias. Pobres sin hogar con la ropa quemada y ojos en los que todavía se refleja el espanto del remolino de fuego, de las explosiones que lo despedazan todo, de quedar sepultado o de la vergonzosa asfixia en un sótano”. Para escribir esa historia natural de la destrucción Sebald se vale de los testimonios de reporteros y escritores que visitaron o vivieron las ciudades en ruinas. Uno de los textos más valiosos, según su opinión, es una pequeña glosa con fotografías sobre los zapatos rotos de los alemanes después de la guerra: “Allí está visible, muy concreto, el proceso de degradación” de los derrotados. Todavía falta mucho para que alguien baje la mirada hasta los zapatos del pueblo Palestino.

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