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LA POLÍTICA NECESITA SIEMPRE ALgo de agresividad, para disminuir los bandos posibles, para borrar matices, para levantar a los aletargados y enfebrecer a los convencidos.
En últimas es más fácil encarnar la rabia que la inteligencia. Nuestras pasadas elecciones presidenciales demostraron que la mansedumbre es una virtud dudosa para los políticos: los votantes son más jueces debajo de un tinglado que espectadores susceptibles de una película. Y los políticos de todas las esquinas saben que es necesario soltar las manos.
Luego del atentado a la senadora Giffords en Tucson, Arizona, muchos en Estados Unidos han comenzado a pensar que el límite entre proselitismo e instigación se ha hecho muy difícil de diferenciar. Los anuncios electorales de Sarah Palin tenían a Giffords en el medio de una mirilla, y el veterano de Irak Jesse Kelly, su rival directo en Arizona, utilizaba un lenguaje digno de sus días tras las huellas de Sadam: “Ajusten el objetivo para la victoria en noviembre. Ayuden a sacar a Gabrielle Giffords del Congreso. Disparen una M16 automática con Jesse Kelly”. La oficina de Giffords se había convertido en un sitio de congregación para la gente del Tea Party. Hasta un comisario de Arizona podía darse cuenta de los riesgos: “Tenemos a candidatos políticos que dicen: ‘Si no podemos resolver estos problemas debemos considerar la Segunda Enmienda como la solución’. A mi juicio, este tipo de declaraciones son totalmente irresponsables y traen consecuencias”. La segunda enmienda de la Constitución norteamericana habla del derecho a portar armas de fuego.
El entusiasmo inspirador que dejó la elección de Obama se convirtió primero en desilusión y luego en hojarasca perfecta para los pirómanos. Lo que hace dos años era una lección democrática, ayer era una inspiración para los extremistas y los trastornados. Pero no puede haber combate de más de 12 rounds y Estados Unidos parece haber llegado al límite del odio y el sectarismo. Un joven enloquecido dio el campanazo definitivo y es posible que de nuevo la iniciativa sea para los silenciosos y reflexivos. Obama fue elogiado por primera vez en dos años por los republicanos por su discurso luego del atentado, que no fue más que un silencio y una negativa a buscar culpables en las toldas de sus rivales más enconados.
Entre nosotros hasta el mismísimo Hugo Chávez, genio de la discordia y el insulto, un bocaza que ha logrado que en su país se incendien por igual las haciendas y las oficinas encargadas de expropiarlas, salió esta semana a hablar de diálogo y concertación. Es imposible creerle, pero hasta él mismo sabe que es necesario tomar aire luego de cada asalto y que los espectadores también se cansan de gritar por sus preferidos.
En nuestra casa el presidente Juan Manuel Santos también parece haber notado que el público estaba aburrido de alentar al guapo del barrio. Uribe peleó con periodistas, magistrados, presidentes, parlamentarios, fotógrafos de tercera, caminantes de primera, candidatos presidenciales, defensores de derechos humanos y demás. Señalar era su gesto más común, acusar era su vicio irreprimible. Santos, sin dar ninguna pelea por encima, apenas disputando su round de estudio, bailoteando alrededor de los problemas, ha logrado un clima político distinto y nos recuerda que con la cintura también se pueden ganar combates. Quizás con menos estragos.
