EL REPASO DE UNA MALÉVOLA POStal de Norman Mailer encargada de describir el oficio y el carácter de los periodistas, sus colegas de humo, primeras filas en todos los combates y bebidas gratis en los salones de los grandes hoteles, puede servir como tarjeta de felicitación para tachar el día dedicado a los amos del ruido y la polémica de la última semana en Colombia.
Mailer comienza por ubicar a los periodistas dedicados a emborronar papeles diarios en la clase media de los escritores, entre los aristócratas dedicados a la poesía y la clase trabajadora encargada de la fatiga de las novelas. Una clase media pragmática y poco imaginativa, dedicada a las artes menores de la colección de anécdotas, leyendas, bromas pesadas y secretos de negociaciones; un repertorio privilegiado que se exhibirá siempre como sustituto de la cultura.
Sin embargo, al momento de sus reuniones los periodistas no comparten el ambiente abúlico de las asociaciones de vecinos ni su recato recién aprendido: “…si diez periodistas se reúnen en una sala para una noticia, el ambiente es ligeramente histérico, y si se reúnen dos centenares de periodistas y fotógrafos para una conferencia de prensa, su falta de dignidad, incluso de la formal y aburrida dignidad de la clase media, equivale a la de un conjunto de monos que se lanzan atropelladamente a la maleza”.
Es justo decir que Mailer no es el hombre apropiado para hablar de modales. Apuñaló a una de sus muchas esposas sin lograr un resultado definitivo, casó peleas con el puño y con la pluma por todas las oficinas y los bares de Nueva York y logró tapar con su ego y sus ojos desorbitados todo el desaliño de su figura. “En realidad, los pocos periodistas de buen aspecto que encontramos tienden a ser semianalfabetos, hombres a sueldo para realizar tareas sin escrúpulos o cínicos que están en dos o tres nóminas y cumplen restringidas funciones de relaciones públicas”.
Pero la voz de Mailer también sirve para disculpar a sus colegas, para ponerlos a la altura de las briznas que son incapaces de resistir la respiración entrecortada de la Historia. Los periodistas no pueden más que tomar el pulso y anotar, unos con mejor tacto que otros, pero todos condenados por un ritmo que se impone. “Hay una lógica de las noticias: en los medios de comunicación de masas, un día determinado y con una determinada deriva meteorológica de los vientos, un artículo sólo puede seguir determinados vectores”. Según Mailer, pedir a un periodista rigurosidad en los detalles y una especie de aislamiento de imparcialidad es simple sentimentalismo, tanto como pedirle a un inversor bursátil fidelidad con los valores de su cartera que tienden a la baja.
Para el final Mailer guarda una estocada psicológica y otra estética. Recuesta a sus colegas en el diván y adivina sus persistentes sentimientos de culpa. Su obsesión por la realidad que entregan los diarios y los noticieros va levantando poco a poco censores propios, manías intocables, un conformismo repetido dedicado a mirar los grandes acontecimientos. “En consecuencia, el periodista contrae un hábito equivalente a la autolaceración: aprende a escribir aquello en lo que no cree naturalmente”. Y en las noches de vigilia repasa lo que quedó por fuera.
Cuando mira los escenarios de la ficción, Mailer encuentra menos aire estancado y más luz. Se puede intuir un poco más, mirar más allá de los detalles exiguos que consigue el periodista. Mientras la fotografía de la ficción se encarga de “la montaña cuando el ocaso incipiente ofrece los contornos a contraluz… el flash del periodista es mejor para registrar la masacre de un accidente en la carretera. Pero poco más”.
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