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Propagandista por naturaleza

Pascual Gaviria

08 de septiembre de 2009 - 10:14 p. m.

EN 1983, DORIS LESSING PUBLICÓ UNA novela en forma de relato etnográfico sobre un grupo de jóvenes radicales en los suburbios de Londres.

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La pequeña tribu vive en una casa abandonada y dedica su tiempo a la supervivencia, las excursiones nocturnas a profanar algunos muros, las salidas en grupo a manifestaciones antisistema y los coqueteos con el IRA. Las opiniones de la tribu están basadas en la frustración, los panfletos a una tinta, el odio a los modales de la reina y algunos estribillos irresistibles contra el orden burgués. Su rabia los convence de que podrán volcar un sistema al que llaman fascista poniendo su hombro contra los escudos de los policías, tirando las basuras, quemando los cajeros electrónicos. El IRA es una sombra prometedora y distante, una milicia más seria y más poderosa, que ofrece blancos bien elegidos y explosiones. Pero el grueso de la pandilla resulta ser demasiado teatral para el trabajo delicado de los dinamiteros, muy discursiva y muy primaria para quienes deben batirse en la clandestinidad.

Los jóvenes “actores” de la novela La buena terrorista no pueden escapar de una lógica simple de odio o deslumbramiento. Los moldes que han formado su discurso son relativamente nuevos, pero se han secado muy pronto. Tampoco han tenido muchas opciones para refinar la argumentación: algunos golpes han ayudado a forjar ese caparazón de ideas y postulados. Será difícil escapar de la rebeldía adolescente, del embrujo que trae la palabra revolución.

La tragedia de esos jóvenes un poco despistados y dispuestos a todo, parecidos a los noruegos vendedores de camisetas para ayudar a las Farc, me hizo pensar en el Oliver Stone que acaba de levantar la mano de Chávez en Venecia actuando como el apoderado de un gran boxeador. Un Don King ideológico con su pupilo latinoamericano. Es lógico que esa horda juvenil que habita la novela de Lessing y muchas barriadas en todo el mundo se muestre ávida de traducir los combates de la periferia según el diccionario de sus gritos; no sorprenden sus juicios primarios ni sus actitudes un poco histéricas y un mucho hiperactivas; pero Oliver Stone está muy viejo y muy curtido para jugar el papel de un propagandista tan burdo, para ceder al hechizo de la retórica bolivariana y su remake cubano.

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Stone dijo en Venecia que el mundo necesita una docena de Chávez y habló de su energía embriagadora y lo llamó héroe. Recordé que en diciembre de 2007 el director yanqui estuvo en Colombia pendiente de las fallidas liberaciones que tuvieron al presidente venezolano como garante. Se fue frustrado por haber perdido la escena de Emmanuel. Las entrevistas posteriores fueron muy dicientes de su visión sobre las luchas actuales en el continente. De las charlas con Chávez como asesor histórico y de las conversaciones con traficantes en Villavicencio, Stone sacó en claro que las Farc son un ejército de campesinos que libran una batalla desesperada contra paramilitares apoyados por Estados Unidos. Secuestran y trafican para alcanzar sus objetivos, que son difíciles. Son heroicos por luchar por sus ideas y defender sus creencias, igual que Zapata en México o Castro en las montañas de Cuba.

Es cierto que Oliver Stone hace tiempo está en la simple caricatura política. Lo mostró en W, su retrato íntimo de George W. Bush. Tan distinto del más sutil y más sugestivo que hizo de Nixon hace unos años. Pero creo que ha tocado fondo. Hasta un cantaor de matracas políticas como Manu Chao lo supera de largo en el papel de crítico social.

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