La figura de los presidentes, a pesar de lo sombría, siempre será extravagante. La lupa de la maledicencia o la condescendencia los hará falsos, bien sea hinchados o raquíticos, los hará dueños del aura o la corona de espinas, amigos del agua bendita o la botella maldita. Toda la diferencia la hacen los propios presidentes: qué tanto están detrás del telón rojo de su teatro, cuánto se esconden con la banda presidencial, qué tan capaces son de mostrarse en vivo y en directo ¿Bailan o rezan, brindan o bendicen? ¿Cuál es su esquema de seguridad presencial? De eso dependen las sospechas y las averiguaciones.
Los presidentes, ávidos de...
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