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Teoría de cubículo

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Pascual Gaviria
28 de mayo de 2014 - 03:09 a. m.
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Pongámosle un poco de teoría a todo esto, tres citas, dos imágenes, una metáfora, para que no solo sea visto bajo la lupa de Andrómeda y el PC de Sepúlveda, para darle una pequeña comba e intentar ver la máquina y no solo la maquinaria, para leer de nuevo algo distinto a encuestas.

Un librito brillante del mexicano Jesús Silva-Herzog Márquez ayuda a mirar la política a los ojos, a olvidarnos de la indignación moral y tomar la libreta del juez durante el combate de boxeo y con el mismo lápiz elegir, como siempre en la lucha por el poder, entre el menor de los males. Sirve también para entender que aquí, como en todas partes, es imposible La idiotez de lo perfecto, por una sencilla y apabullante razón, porque en los partidos y los pasillos oficiales ejercen Yeltsin y Clinton, Palin y Berlusconi, Roy y José Obdulio, así que “la naturaleza humana es la maldición de la política”.

Ahora que estamos entre los bandos finalistas vale la pena recordar El concepto de lo político, apenas 33 páginas de Carl Schmitt que sirven como cartilla áspera y dramática ante las disyuntivas. “Llamamos política, pues, a la más radical de las oposiciones entre los hombres, una oposición marcada por la sombra de la muerte”. De modo que ya nos suena tibio eso de la “polarización” y la guerra de chismes entre dos equipos de publicistas. Según la versión trágica de Schmitt, solo aparece la seriedad en la confrontación a muerte. Nuestra política ha tenido mucho de enemistades mortales, del proselitismo de quienes ejercen la posibilidad real de matar, pero tiene también acuerdos inesperados, alianzas válidas a pesar de lo inauditas. Para eso sirven las dos vueltas electorales, para que los candidatos den la vuelta, y a nadie debe sorprender. Pero aquí criticamos a quienes pactan y a quienes se plantan. Silva-Herzog responde al duelo a muerte que propone Schmitt con una réplica de Giovanni Sartori, es cierto que existe la “política caliente”, pero no se puede olvidar la “política tranquila”. A medida que se acercan las elecciones, la política se convierte en un juego de antagonismos cada vez más primario, por estrategia de los candidatos y necesidad de los electores: estamos en el momento de las alianzas y en un año será el tiempo de las traiciones. Maquiavelo dibujó la imagen de los jugadores como centauros, mitad bestia, mitad hombre.

Tal vez sin saberlo los candidatos tengan raíces de los grandes pensadores de la política en sus discursos. En un bando es posible reconocer a quienes pretenden que la sociedad se file como un ejército, detestan lo excepcional, los asustan las anomalías y el más mínimo desorden: “El poder político de una democracia estriba en saber eliminar o alejar lo extraño y lo desigual, lo que amenaza la homogeneidad”, escribe Schmitt. La identidad entre gobierno y sociedad tiene algunos rasgos parecidos al “Estado de opinión”. Tampoco le gustaban al filósofo alemán las reglas generales para los estados excepcionales, en política siempre habrá una “hecatombe” que justifique cambiar el simple armazón de leyes o la constitución. Del otro lado hay sobre todo algo de liberalismo fatuo, la vanidad del príncipe que todo el día alardea del traje institucional y en cada declaración disfraza el oportunismo de principio o idea fundamental.

Al final queda la necesidad de escoger un gobierno, con la cabeza gacha del desconfiado sobre la mueca altiva del fanático. “El gobierno no conduce al paraíso ni un chiste nos enseña la verdad del universo, pero el primero nos salva del infierno de la guerra civil y el segundo nos salva de la estupidez del solemne”.

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