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Tres funciones

Pascual Gaviria

06 de mayo de 2014 - 11:26 p. m.

Bien se sabe que la ruina ajena deja dichas casi tan grandes como las que trae la propia fortuna.

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Es por eso que Medellín lleva un año largo regodeándose entre maledicencias, saldos en rojo y versiones negras acerca del hundimiento de tres de sus grandes empresas. Desastres financieros, inmobiliarios y políticos que han demostrado los remates y las liquidaciones que suele dejar el furor de la política y los negocios.

Los trucos de Interbolsa han hecho recordar el tenderete Parasol que montó Félix Correa en Caucasia como la primera carpa de su circo. Luego de tres quiebras sucesivas, Correa logró levantar sus oficinas pulcras y abrió sus agallas en busca de Fabricato. Como en los cuentos de villanos, las viudas y los jubilados fueron sus víctimas predilectas, y cuando los mafiosos despuntaban el “sencillo” estafador fue a parar a una celda hechiza en la enfermería de La Modelo. Treinta años más tarde Interbolsa vuelve y repite la feria de las vanidades con un actor italiano en el reparto. De nuevo Fabricato sirve como anzuelo de los peces gordos y las letras doradas de la más grande comisionista van a parar a los expedientes. Medellín vuelve a ser la capital de los especuladores y el Parque Berrío, hoy venido a menos entre raponeros, músicos de calle y vendedores de películas porno, invoca los tiempos de los “menjurjes bursátiles” y las “marranas”, esas cotizadas minas de oro inexistentes.

Pero el cartel no mostró sólo el espectáculo de los Jaramillo. Los Villegas tenían reservado un arriesgado show que terminó en tragedia. La carpa cayó antes de tiempo y dejó 12 muertos bajo los escombros de un edificio original por lo liviano. Estábamos acostumbrados a la sombra del edificio más grande del país que intentaban unos timadores baratos en Sabaneta. Pero los edificios dibujados con lápiz HB bajo el silencio de una empresa ejemplar sorprendieron a todo el mundo. Un genio, una especie de calculadora humana, sorprendía a los dueños por su eficiencia numérica frente a las columnas, las vigas y las losas. Ahora hay funciones en todos los barrios y celebran los dueños de los camiones de trasteos.

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Los políticos no podían quedarse por fuera de la fiesta y mostraron sus galas. Luis Alfredo Ramos era el conservador de mostrar. El mismo Álvaro Uribe lo tenía en su llavero para abrir de nuevo la puerta del Palacio de Nariño en la húmeda y añorada capital. Un politiquero de pueblo que podía lucir muy bien bajo el traje del mandatario de provincia. Sin importar que una piraña como Álvaro Vásquez fuera su hombre en la taquilla. Pero los pillos prometen demasiado y Luis Alfredo no soportó la tentación. Terminó en la cueva de un hombre bastante peligroso hablando de votos con los señores de la guerra. Hasta ahora las explicaciones parecen bastante flacas y a Uribe le tocó sacar de la manga a un maestro de ceremonias de Pensilvania, Caldas. La ventaja es que en política se hereda más fácil que en los negocios. Pablo Villegas tiene problemas y Alfredo Ramos Maya tiene curul.

También Carrasquilla vivió quiebras y descalabros. El Banco Popular le rompió la bolsa y dejó una frase de consuelo para los actores de las tres funciones: “En fin: ¡que esto es la pura inopia! Te encarezco que te entristezcas tú por mí... No voy yo a perder mi encantadora indolencia por unos tristes billetes”.

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